Por: Aurelio Suárez Montoya
¿Cuántos ciudadanos conocen de verdad el TLC con Estados Unidos? ¿Cuántos saben que tiene 23 capítulos, miles de cláusulas, cartas adjuntas, archivos anexos, entendimientos sobre salud pública, medio ambiente, patentes, biodiversidad y servicios financieros, entre otros? ¿Cuánto se ignora de los 400 temas que comprende y de las instituciones que establece, por encima de las nacionales, para regirlos?
El desconocimiento no es culpa del ciudadano común. Tres gobiernos sucesivos se han encargado de ocultar los impactos que tiene este TLC con Estados Unidos, la madre de todos los demás, y se han limitado a decir como Uribe: “Da acceso a los productos colombianos al mercado más grande del mundo”.O como Santos: “Creará 500 mil empleos”. O como Andrés Felipe Arias: “Permite cambiar uchuvas por trigo”. O el mentiroso: “Vendrán productos más baratos”.
El TLC implica mucho más que estas frases engañosas. Leyes injustas como la 100, la 142 o los regímenes de inversión extranjera o de regalías no podrán modificarse si con ello fueran perjudicados los planes de negocios de los inversionistas norteamericanos. Los TLC blindan el neoliberalismo y le dan estabilidad jurídica al inscribirse en el bloque de constitucionalidad de tratados internacionales, protegidos del Ejecutivo y del Legislativo. Al definir como inversión, empresas, acciones, bonos, créditos y préstamos, operaciones bursátiles, contratos, propiedad intelectual y bienes tangibles e intangibles, los intereses norteamericanos se vuelven intocables, a no ser para otorgarles más ventajas.
Se dice que el TLC impone obligaciones iguales a las dos partes. Así es, pero se trata de socios completamente desiguales: el PIB de Estados Unidos es treinta veces mayor que el de Colombia, y no hay trato diferencial para el débil. La teoría de la convergencia, por la cual en una zona económica común entre economías diferentes la más atrasada se acerca a la de mayor nivel de desarrollo, está rebatida; la actual crisis europea, con los casos de Grecia y España, es la más reciente refutación a dicho aserto.
Esto se ratifica luego de décadas de globalización: los países de ingreso medio han decaído en el Índice de Desarrollo Humano de 0,673, a 0,63 -de 1998 a 2011-, mientras, los de ingreso muy alto, hoy día, están en niveles de 0,9, y, los de ingreso bajo, apenas superan 0,45, según el PNUD.
El TLC se firmó sin límite. La cláusula 23.4 prescribe que “cualquiera de las partes podrá poner término a este Acuerdo”. Es indispensable un gobierno nacionalista que al menos intente renegociarlo en un plano donde la iniquidad manifiesta se logre reversar, iniquidad todavía más severa en cuanto que la superpotencia usará el TLC para verter sus excedentes, causantes de la crisis de superproducción que atraviesa, sobre la contraparte colombiana.
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