jueves, 3 de mayo de 2012

La Marcha Patriótica.- Artículo de Lisandro Duque Naranjo

Curioso que Plinio Apuleyo Mendoza, en su columna del viernes pasado, haya escrito que "la inseguridad —se refiere a la causada por la guerrilla— juega a favor del diálogo".


Y que más adelante diga que esa tendencia “es de un 53%”. Hasta hace muy poco tiempo, la opinión pública a la que se encuestaba sobre el tema, era mucho más belicista, sin importar si la guerrilla arreciaba o no sus ataques. Habrá que esperar las próximas mediciones que incluyan el efecto provocado en los ciudadanos por la Marcha Patriótica, evento multitudinario cuya autoría los altos oficiales del Ejército, en combinación con el bloque habitual de columnistas que nutren sus escritos con lo que les dictan en los cuarteles, atribuyeron a las Farc, pretendiendo distorsionarlo como una supuesta reedición de la UP y un refrito de la “combinación de las formas de lucha”. Definitivamente no les cabe en la cabeza que haya sociedad civil en las áreas rurales y en las vecindades de la selva, justo los lugares de donde procedía la mayor parte de los sesenta o setenta mil caminantes —no son datos míos— que llenaron la Plaza de Bolívar. Puros ciudadanos rasos que se costearon sus pasajes e hicieron vaca para contratar los buses.

¿Les parece, a quienes la descalificaron, tan inepta esa muchedumbre —conformada por miembros de organizaciones cívicas, religiosas, obreras, étnicas, de género, estudiantiles, políticas, LGTB y campesinas—, como para que ni siquiera tenga noción acerca de lo que hace de su vida diaria algo azaroso? ¿La humildad exime de iniciativa? ¿Vinieron a caminarse esta ciudad, después de viajes de 14 o 18 horas, a mentirnos con el cuento de que a sus cultivos les hacen daño las fumigaciones, o de que a sus ríos los pudre la gran minería, o de que de sus tierras los expulsan los expansionistas de la palmicultura? ¿Se equivocan al venir a la plaza simbólica de los poderes a poner el grito en el cielo, porque donde chisten en las lejanías que habitan ahí mismo los arrojan a las fauces de las bacrim? ¿O porque por allá la opción es enrolarse en las filas de quienes supuestamente los redimen, atomizándoles sus familias y provocándoles al poco andar una enorme decepción, cuando no la muerte? ¿Piden mucho, o representan causas sospechosas, sólo porque entre sus reclamos incluyen la necesidad de una paz negociada que mitigue en algo su desesperación?

No creo, además, que las Farc cuenten con la fortaleza para haber despachado semejante gentío, o al menos una buena parte del mismo, hacia Bogotá. Y es rarísimo que el Ejército sobredimensione las potencialidades logísticas de esa organización, sobre cuyo aniquilamiento ha guapeado tanto diciendo que está de un cacho. A menos, claro está, que quiera chantajear al presidente con una huelga de fusiles caídos que, también según Plinio, “ha significado una disminución del 80% de su accionar, por no habérsele otorgado el fuero militar”.

Y por supuesto, no me imagino a Piedad Córdoba —el turbante visible que inspira a docenas de líderes en las regiones remotas—, dándoles a las Farc tantas coordenadas sobre las direcciones de Bogotá a donde debían mandarle mil doscientos buses procedentes de los más disímiles extremos de nuestra geografía. Tampoco, tampoco.

Evidentemente, la marcha del lunes le cambió el caminado a la política en Colombia.

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