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| El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos junto a Uribe, y el ex comandante general de las fuerzas militares, Freddy Padilla. -EFE | 
Entre 2002 y 2008 se produjeron en Colombia 3.345 ejecuciones 
extrajudiciales. La mayoria de las víctimas eran hombres jóvenes, 
algunos sin trabajo,   otros campesinos o habitantes de zonas rurales y 
todos de familia con   escasos recursos económicos. Gran parte de los 
casos seguían un patrón   parecido: a los meses de abandonar sus casas, 
convencidos de que un   trabajo les aguardaba en algún lugar lejano, 
aparecían muertos vestidos de guerrileros o con armas en las manos.
Son los llamados “falsos positivos”,  los asesinatos  de civiles que 
se han usado para inflar las cifras y  presentar los  buenos resultados 
falsamente obtenidos en la guerra del  Ejército  colombiano contra las 
guerrillas, en especial en la lucha  principal  contra las Fuerzas 
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En un informe presentado en La Haya, la Federación Internacional de  
Derechos Humanos (FIDH)  ha denunciado los casos que de manera  
“sistemática y generalizada”  ocurrieron bajo la presidencia de Álvaro  
Uribe. La ONG pide a la Corte  Penal Internacional (CPI) que abra una 
investigación por crímenes de lesa humanidad contra los altos cargos 
militares que han quedado impunes.
Parcialidad en los juicios
El texto, de más de 50 páginas, y elaborado en conjunto con  
la Coordinación Colombia Europa Estados Unidos (CCEEU) documenta  cómo  
“se reclutaba a las víctimas con información falsa para que  después el 
 Ejército se  encargara de la ejecución de los civiles y de simular la 
baja en  combate”.   “Estos actos estaban apoyados por los más altos 
mandos del Ejército,    quienes no solo no ejercieron el necesario deber
 de control sino que    promovieron estos hechos”, añade el informe La 
guerra se mide en litros  de sangre (pincha aquí para ver el documento 
en PDF).
En 2006, la oficina del fiscal de la CPI anunció un “examen   
preliminar” sobre la situación en Colombia para determinar si era   
necesario abrir una investigación por la incapacidad de la justicia   
colombiana para juzgar crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra o
 actos de genocidio. Para   las organizaciones denunciantes es algo 
insuficiente ya que, a su   juicio, ha quedado demostrado que los 
juicios por este presunto delito no son llevados a cabo con  
imparcialidad porque es la justicia penal militar y no la “ordinaria” la
  que lleva los casos.
El estudio denuncia además que las investigaciones en Colombia por 
los falsos positivos se limitan a  juicios a soldados de poca categoría.
   “No existen investigaciones penales  efectivas iniciadas contra los  
 altos mandos militares, máximos  responsables de las ejecusiones”,   
sentencia el texto, que añade que los crímenes se enfocan como “casos 
aislados” en los que pocas veces se  acusa por “desaparición forzada (…)
 no se   investiga la tortura, ni la  violencia sexual o la detención   
arbitraria”.
Incentivos a los militares
Los falsos positivos de Colombia vienen de lejos. Ya en 2010,  
Wikileaks destapó las presiones que ejercía la cúpula militar para  
ocultarlos “intimidando a testigos para evitar que declaren”. En  un  
cable diplomático, el embajador estadounidense, William Brownfield,  el 
 general designado por el  Ministerio de Defensa para investigar los   
crímenes, narra lo que le llegó a contar el general de división Carlos  
  Suárez, nombrado inspector general por el entonces ministro de Defensa
 y    hoy presidente colombiano, Juan Manuel Santos.
Suárez cuenta cómo comandantes del Ejército colombiano se oponen a 
iniciar una investigación y, lo más grave, no duda en calificar las 
ejecuciones de “fenómeno   generalizado”. El inspector cree que la 
insistencia por parte de algunos   mandos militares en usar el  número 
de cadáveres como medida de  éxito  es la causa de los falsos positivos.
  “No sólo mina la legitimidad del   Ejército, sino que crea una falsa  
ilusión de éxito y, como resultado,   los falsos positivos han hecho que
  se desvíen fondos y atención de la   lucha contra las FARC”.
Algo  que remarca la FIDH en su informe: “Paralelamente al sistema de
   incentivos monetarios (a civiles y  exinsugentes para facilitar   
información al Ejército) existían  recompensas para los miembros del 
ejército” que iban desde licencias a  ascensos o condecoraciones.
Los falsos positivos son sólo una pequeña muestra de los 32.000  
desaparecidos que existían en Colombia cuando Uribe abandonó el cargo en
  agosto de 2010 quemado por el  escándalo de los servicios secretos del
  país (DAS), bajo orden directa  del expresidente. Algunos de los  
responsables del DAS entraron en  prisión acusados de facilitar datos a 
los paramilitares sobre líderes sociales y sindicales que después  
fueron asesinados.
La cifra de personas cuyo rastro se ha perdido en Colombia durante  
las últimas décadas asciende a 51.000,   según el estudio ‘Rompiendo el 
 Silencio:  en busca de los desaparecidos   en Colombia’, del Grupo de  
Trabajo  para América Latina y  la Oficina  para Colombia de EEUU. Más  
de la mitad han sido víctimas de  desapariciones forzosas cometidas por 
 guerrillas, paramilitares o  miembros de los cuerpos de seguridad,  
cifras que colocan a Colombia a la cabeza de este tipo de crímenes en  
todo el  mundo, incluso por delante de las terribles dictaduras chilena y
  argentina de  los años 70 y 80.
El  estudio de la FIDH pone nombres y apellidos de los autores de las
     ejecuciones. En la presentación del informe, la ONG ha indicado que
     junto a sus denuncias ha enviado a la CPI una lista confidencial 
con  los   principales presuntos criminales.  Ahora, sólo espera que la 
Corte  con   sede en La Haya recoja el guante e  inicie una 
investigación que,  hasta ahora, no ha visto necesaria.
 
 
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