La amarga historia de Patricia Heras —estudiante que se suicidó en
Barcelona, España, el 26 de abril de 2011— empieza como esos guiones de
Hollywood, donde los policías mienten, los ciudadanos miran para otro
lado, los jueces bostezan, los carceleros corrompen y los presos esnifan
hasta los polvos de talco.
Mientras, la víctima inocente contempla más allá de la desolación y
el espanto, que se está “comiendo un marrón” del que apenas sabe nada,
salvo que acaba de entrar en el infierno. Y que gritar la inocencia en
una cárcel es como leer la Biblia en un prostíbulo; gimnasia
intelectual.
Pero en las películas de Hollywood que tratan historias como la que
le ocurrió a Patricia Heras en Barcelona siempre aparece, ya bien
avanzada la cinta, un personaje positivo. Un abogado, un juez despierto,
una periodista sagaz, incluso un funcionario de prisiones digno que
asume “un exceso de celo” —desde que Talleyrand instituyó el “jamás
demasiado celo”, el exceso de celo es de una radicalidad revolucionaria—
defendiendo al inocente y sacando poco a poco, secuencia a secuencia,
la verdad de la historia.
Es entonces cuando la víctima del “marrón”, humillada y ofendida,
recupera la normalidad y los espectadores pueden volver a casa con la
sensación de vivir en una sociedad difícil, pero donde no cabe el
pesimismo. Siempre me impresionó que los contratos de los directores de
Hollywood tuvieran una cláusula sobre los finales de sus películas. Los
decidían los productores.
Eso es el cine y la historia de Patricia Heras es la vida. Aquí no
aparece un Gregory Peck que salva a la víctima injustamente acusada,
sino al contrario, esta es una historia sórdida, de seguro que muchas
veces repetida pero que tiene una componente que la convierte en
singular. La protagonista, con toda seguridad, era un ser excepcional,
sensible, independiente, inteligente y culta. Quizá insegura, pero hasta
eso sería un síntoma de talento. La gente segura es peligrosa porque se
aferra a las certezas, y las certezas, o son mentira o caducan.
Yo no tenía ni idea de quién era Cindy Lauper, jamás la había
escuchado. Ahora lo sé, a mi pesar, gracias a Patricia Heras. Era un
viernes, a principios de febrero de 2006, y entre broma y chiste a
Patricia se le ocurrió que le cortaran el pelo a lo Cindy Lauper, pero
pasándose; una cabeza de mujer en dados, cuadraditos, entre el dos y
cero, con blancas y negras como el tablero de ajedrez, y vestirse en
revoltijo, que se decía antaño, con una malla bajo el sujetador, y a
gusto y placer. Si hay algo que afirman quienes conocieron a Patricia
Heras es que “el vestirse, su apariencia, era un modo con el que nutría
de significado su estar en el mundo”.
Y se fue de fiesta con su amigo Alex, y comieron, bebieron, fumaron e
hicieron todo aquello que les apetecía hasta la madrugada, que
agarraron la bicicleta y se pegaron un toba en esas zonas de la
Barcelona-
Sur-Mer que uno debe evitara
ciertas horas y ciertas noches. Un incidente, nada importante; una
brecha en la cabeza, el chico, y algunos magulladuras ella, eso sí, con
mucha sangre, tanta como para llamar a una ambulancia, que llegó algo
tarde, como suele suceder, y que les trasportó con un detalle añadido de
buena crianza, permitiéndoles meter la bicicleta dentro. Es importante
la bicicleta, al menos yo se la doy en esta historia, porque
desaparecerá con menos rastro que la inocencia.
Tienen la mala fortuna de que les lleven al Hospital del Mar y ahí da
comienzo la pesadilla. Allí coinciden con varios detenidos tras los
incidentes del desalojo de una casa de okupas en Sant Pere més Baix, y
con los urbanos indignados porque varios de los suyos están heridos. Uno
de ellos quedará parapléjico. En la sala de espera del hospital acaban
todos sumados. ¿Acaso una chica con esa pinta no pertenece a la misma
cuadrilla de okupas?
El relato que ella misma hará de la situación en la que se ve metida
pertenece al género de la picaresca trascendental. Patricia esperaba que
le hicieran una radiografía para comprobar si el golpe había dejado
secuelas, y acaba esposada y sin bicicleta.
Lo que viene luego es muy vulgar, tanto como la brutalidad. “De
repente aparece un tipo con un pasamontañas tapándose le cara y cámara
en mano me empiezan a grabar, dura unos minutos en robarme el alma y
cuando termina de filmarme me da por hablar. De nuevo les explico que
todo es un error, que nosotros hemos tenido un accidente de bici”. Ya no
hay bicicleta, ni noche de farra y alegría, ni accidente fortuito sino
una culpabilidad por homicidio, imagino que en grado de tentativa. Ya es
reo de la justicia, da lo mismo que lo expliques en castellano, catalán
o arameo. Estás perdido. ¡Y con esa pinta! “Mi corte de pelo es el más
famoso de la ciudad. Parece increíble pero me acusaron de homicidio por
mi pelo”.
Entonces lo único que se te ocurre es poder salir de ese fin de
semana terrorífico y poder irte a casa a duchar, a mirar por la ventana y
a pensar que la pesadilla ha terminado. Pero no es así, por mucho que
expliques la bicicleta y el golpe y la ambulancia y la sala de espera
del Hospital del Mar, estás perdido. “Ahora pienso lo bien que me
hubiera venido ver alguna de esas películas sobre juicios y menos
ciencia ficción, ya me lo decía mi madre”.
Patricia Heras entró en la cárcel acusada entre otras cosas de haber
lanzado una valla metálica a un policía municipal, cosa que nadie, con
sólo ver su aspecto y su figura, podría creer. Pero la bola siguió y su
historia de la bicicleta debió de convertirse en un chiste carcelario.
Entró en la prisión de Wad-Ras y escribió un dietario impresionante por
su lucidez irónica. La convivencia en una cárcel de mujeres contada por
una chica que sabe escribir: “No he perdido mi capacidad asombrosa de
abstracción con lo cual no he perdido la sonrisa ni el buen humor, sólo
perturbado por un increíble atasco intestinal”.
Le cayeron tres años. El Supremo los confirmó. “Lo más duro son las
entrevistas con la Junta de Tratamiento —la que debe aprobar si pueden
concederle el tercer grado—. Duele escuchar que si no reconozco mi
delito no tengo voluntad de reinserción, ni arrepentimiento; hoy me ha
dicho el psicólogo que eso es propio de psicópatas”.
Cuando le permiten salir e ir a dormir a la cárcel, no hay unanimidad
en la Junta. La jurista del grupo le dice textualmente “te perdonamos
que seas de Madrid”, y ella escribe, alucinada, “creo que con eso ya me
lo dijo todo”. El que pone más pegas es el psicólogo, “que encuentra
lagunas en mi vida”.
Sé muy poco de Patricia Heras, que vino de Madrid a estudiar
Filología en la Universidad de Barcelona, que se licenció, y la
descripción que de ella hace una de sus profesoras: “Era de una
sensibilidad y una lucidez que pocos más tenían dentro del aula. Además
de persona extremadamente educada, había leído muchísimo y se había
dedicado a reflexionar sobre las constantes humanas con refinamiento
espiritual y rigor intelectual”.
Lo había dicho ella misma a la juez de instrucción y al fiscal: “No
soy okupa, no soy punki y no soy una desarraigada”. Pero se olvidó de
añadir, “me visto y peino como me sale de los ovarios”. Mejor no haberlo
dicho, la hubieran acusado de desacato.
Siguió así, saliendo y entrando de prisión, hasta que una tarde de
martes, en ese momento que hay que ir preparando los bártulos para
volver a la cárcel, abrió el balcón y se tiró. Fue el 26 de abril, el
miércoles hará seis meses. Dejó versos, porque ya no quedaba otra cosa
que dejar. “Mi reino está inerme y envenenado como todo mi ser… Me sé
vencida”.
políticos y jueces,
que llevarán sobre su conciencia, dice ella, este crimen impune.
“Patricia era un ángel que necesitaba sus alas para volar y ustedes se
las cortaron”. La conciencia de toda esa gente pesa menos aún que los
artículos de periódico que nunca salieron para homenajear a una poeta
muerta, con final de perro abandonado.
* Periodista.
Comentario publicado en el diario español La Vanguardia, octubre de 2011.
Imágenes tomadas de la revista digital www.pateandopiedras.com.
* Periodista.
Comentario publicado en el diario español La Vanguardia, octubre de 2011.
Imágenes tomadas de la revista digital www.pateandopiedras.com.
Addenda
(En América Latina sabemos mucho sobre montajes tribunalicios-policiales y asuntos parecidos).
(En América Latina sabemos mucho sobre montajes tribunalicios-policiales y asuntos parecidos).
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