Por: Andrés Avila Armella (*).-
Probablemente no exista un ejemplo como este, no somos de los que
pensamos que la historia se explica principalmente por la intervención
de grandes hombres, pero sin duda existen hombres que son decisivos, sin
embargo, a diferencia de las concepciones pequeñoburguesas no les
atribuimos a ellos cualidades fantásticas ni sobrenaturales, no somos de
los que pensamos que para hacer la Revolución se requiere forzosamente
de una gran personalidad, lo cual no nos impide reconocer la grandeza de
ciertos revolucionarios ejemplares, y el Ché, sin duda, es uno de los
más ejemplares comunistas de los que tenemos noticia.
Como marxistas nos preguntamos ¿qué hace posible la aparición de un
hombre tan singular? La respuesta nos la da la propia comprensión
dialéctica y materialista de la realidad; una persona, un grupo, por muy
ejemplar que sea, no puede sino ser la materialización de las
contradicciones y potencialidades de un pueblo; como dijera Gramsci, la
historia de un Partido no puede sino ser la historia de un pueblo, y el
hombre político que se ha convertido en emblema de una causa no es sino
la síntesis de la historia de su partido y, por tanto de su pueblo; así
lo entendía el mismo Ché cuando decía que Fidel había ganado la
confianza del pueblo porque “responde precisamente a la interpretación
cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha
sincera por el cumplimiento de las promesas hechas”. La historia, la
personalidad y la genialidad del Ché, han sido en muchos sentidos la
personificación de la historia de las luchas de liberación en América
Latina, una síntesis de la lucha comunista que se libraba en todos los
rincones del planeta. Es cierto, el Ché parecía un hombre demasiado
adelantado, sigue pareciendo una excepción que nos hace preguntarnos
muchas veces por qué no hay más cómo él, por momentos pareciera una
estela que se ha difuminado para no volver y que sólo nos ha dejado una
luz tan intensa que pareciera imposible de alcanzar, de reponerla. Cómo
no extrañar al Ché en estos tiempos en que hace tanta falta, cómo no
extrañar al Ché cuando gran parte de la izquierda de su época ha
claudicado o se ha rendido conformándose con ser la cómoda oposición
ilustrada de regímenes que no hacen sino profundizar las llagas de
explotación y miseria que el capitalismo sigue sembrando entre nuestros
pueblos; cómo no extrañar al hombre que siempre escogía las tareas más
difíciles sin pedir nada a cambio, como no extrañar al hombre que no
reparaba en sudar, en caminar, en luchar infatigablemente llevando tras
de sí el peso moral y físico de los hombres a los cuales dirigía con
singular habilidad, respeto y firmeza. Cómo no extrañar al estudioso de
los libros de Marx, Engels y Lenin en estos tiempos en que el
oportunismo nos incita a abandonar la formación teórica y política del
marxismo-leninismo diciendo que no hacen falta porque, según ellos la
Revolución no está en la orden del día.
El Ché aparece como una síntesis de la teoría y práctica
revolucionaria, comunista, alguien que dedicó muchas horas a la lectura y
reflexión sobre los textos más ricos en teoría revolucionaria, alguien
que además de hacer eso nunca se conformó con leer, con saber y mucho
menos con decir que sabía, alguien dispuesto siempre a poner a prueba la
justeza y viabilidad de los ideales comunistas, alguien siempre
dispuesto a ponerse a prueba en su papel, en la consecución de cada
objetivo, de cada tarea; alguien que nunca menospreció la tarea más
pequeña y que nunca temió al objetivo más grande.
El Ché, pudo reflexionar de manera sobresaliente tanto como
comandante como en cada uno de sus puestos al servicio de la Revolución,
la importancia que tiene el militante, el individuo, el cuadro
revolucionario en la construcción de los proyectos, conocía a su gente y
sabía formarla, tratarla, dirigirla, siempre con la fuerza de su
ejemplo. Su posición reivindicadora de la voluntad de los individuos no
tenía sin embargo nada de individualista ni de voluntarista, él estaba
convencido de que el ejemplo que habían de poner los hombres organizados
en la vanguardia revolucionaria, tanto en el ejército como en el
partido, habría de convertirse en un elemento objetivo de la realidad
que por tanto pudiera influir en la transformación subjetiva de la
sociedad hacia el comunismo. Decía: “Lo difícil de entender para quien
no viva la experiencia de la revolución es esa estrecha unidad
dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se
interrelaciona y, a su vez la masa, como conjunto de individuos, se
interrelacionan con los dirigentes”; también decía que “En nuestra
ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea
posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la
masa y que ésta sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con
nuestro ejemplo”. Para el Ché, la vanguardia, siguiendo y complementando
a Lenin, se asumía colocándose al frente, como la parte más avanzada y
decidida del proletariado en su lucha emancipatoria, pero convencido de
que ese colocarse al frente implicaba sacrificios y no privilegios,
implicaba la irrenunciable responsabilidad de demostrar con hechos a los
dirigidos, la posibilidad real de avanzar, pero a la vez teniendo claro
que sin las masas, sin el pueblo explotado y trabajador, no habría
revolución posible.
El Ché quien estudiaba a fondo la teoría revolucionaria, el
marxismo-leninismo, la historia del mundo y de América Latina, y quien
de viva experiencia conocía el sinnúmero de dificultades que
representaba la lucha revolucionaria, particularmente en nuestros
pueblos, siempre insistió en la necesidad de no hacer concesiones ni
componendas con fuerzas burguesas. Esto no era un berrinche ni un
arranque visceral, su posición derivaba de la comprensión de que las
fuerzas materiales del capitalismo tienen capacidad de reproducirse en
la subjetividad de todos los individuos y que aunque difícil, los
revolucionarios debían blindar su actividad y su táctica de la
penetración de la política burguesa. Convencido de “No pensar en
alianzas que no estén dirigidas absolutamente por la clase obrera; no
pensar en colaboraciones con burgueses timoratos y traidores que
destruyen las fuerzas en que se apoyaron para llegar al poder; las armas
en manos del pueblo, las vastas comarcas de nuestra América como campo
de acción, el campesinado luchando por su tierra, la emboscada, la
muerte inmisericorde al opresor y, al darla, recibirla también y
recibirla con honor de revolucionario, esto es lo que cuenta”; No,
definitivamente no es un arrebato del Ché, es la reflexión de un hombre
convencido de que la única fuerza garante del triunfo, y de que ese
triunfo sea auténticamente revolucionario, es un pueblo consciente y
organizado, fusionado en intereses con su vanguardia.
El Ché no era un voluntarista ni un improvisado, era un hombre
exigente ante los suyos, ante su organización, ante su clase y ante sí
mismo, su agilidad mental, su constante actividad práctica lo mantenía
en una reflexión cotidiana y profunda, dedicado cada minuto de su tiempo
a pensar y esforzarse en mejorar el camino hacia el comunismo, por ello
no reparó en criticar aquellas posiciones que consideraba incorrectas,
en hacer sugerencias en pensar y decir, en decir y hacer, por ello
hablaba con firmeza ante sus camaradas, ante los partidos comunistas,
ante los otros esfuerzos de construcción del socialismo; pero ni por un
minuto el Ché abdicó de su firmeza como marxista-leninista, de
comunista, jamás concedió razón alguna al reformismo ni insinuó siquiera
la posibilidad a renunciar a sus principios teóricos, ni a la
estrategia, jamás insinuó la no necesidad del partido, jamás insinuó la
no necesidad de la toma del poder, jamás insinuó la posibilidad de hacer
la revolución sin teoría y práctica revolucionaria; su crítica es
también un ejemplo de la crítica, es aquella que se hace y se asume con
responsabilidad, no de quien critica para no hacer, sino de quien asume
que criticar le imprime la necesidad de hacer, de hacer más, con mayor
vehemencia y dedicación.
Si el Ché no dudaba de algo y la mayor parte de su reflexión teórica
tiene que ver con ello, es que no es posible ninguna conciliación con
las fuerzas del capital, no solo con sus representantes sino con sus
métodos, con sus formas, con su moral, con sus fetiches. Tremendo coraje
haría hoy el comandante Guevara si viera que su imagen ha sido
utilizada por sus acérrimos enemigos para convertirla en mercancía, sí
la mercancía, germen del capitalismo que él mismo se empeñaba en superar
desde la primera fase de construcción de la sociedad comunista,
tremendo coraje haría viendo que algunos oportunistas deforman su
ejemplo poniéndolo como un mero crítico voluntarista, quienes lo usan
como excusa para disociar la lucha de liberación de la lucha comunista
cuando él insistió incansablemente en que no hay lucha de liberación
posible dentro de los márgenes impuestos por el capitalismo.
Por ello a 44 años de su cobarde asesinato a manos de los esbirros
del imperialismo, reivindicamos al hombre, al militante, al estudioso,
al comandante, al infatigable revolucionario, al teórico, al práctico y
aseguramos que la mejor forma de rendirle homenaje es levantando en alto
la bandera del comunismo como única salida emancipadora para los
explotados del mundo, con el compromiso de continuar su lucha por la
Revolución Socialista, siendo conscientes, como él, de que en una
Revolución se triunfa o se muere si ésta es verdadera.
¡Viva el Guerrillero heroico!
¡Viva el Comandante Ernesto, Ché Guevara”
¡Patria o Muerte… Venceremos!
(*). Segundo Secretario del Partido Comunista de México
Fuente: Partido Comunista de México
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