Por: Mario Amorós
Rebelión
A 40 años de su involvidable primer discurso ante el Congreso Pleno, hoy tendrá lugar en Santiago la exhumación de sus restos
Hoy, en el Cementerio General de Santiago de Chile, se exhumarán los restos mortales del Presidente Salvador Allende (1908-1973), que durante varios días serán examinados por un equipo científico multidisciplinar, en el marco de la investigación judicial abierta en enero por el magistrado Mario Carroza para esclarecer la trágica suerte de más de 700 víctimas de la dictadura de Pinochet.
El cuerpo inerte de Allende fue sacado de La Moneda a primera hora de la tarde de aquel 11 de septiembre por los militares en una camilla cubierto por la hermosa manta que en su último cumpleaños -el 26 de junio- le había regalado la abogada Alina Morales, según escribe Eduardo Labarca en su biografía “sentimental” de este dirigente socialista. Conducido al Hospital Militar, los médicos legistas José Vásquez y Tomás Tobar practicaron la primera autopsia. De acuerdo con el informe que suscribieron aquella madrugada (reproducido por Mónica González en su libro La conjura), “la causa de la muerte es la herida a bala cérvico-buco-cráneo-encefálica, reciente, con salida de proyectil”, “el disparo corresponde a los llamados de ‘corta distancia’ en medicina legal” y “ha podido ser hecho por la propia persona”.
El 3 de enero de 1974 la revista Ercilla publicó una entrevista con el doctor Patricio Guijón, miembro del equipo médico de Allende, quien relató cómo se convirtió en el único testigo del suicidio del Presidente de la República. En 1998, el cardiólogo de Allende, Óscar Soto Guzmán, contrastó y amplió la descripción de los hechos que vivieron aquella trágica mañana en La Moneda en su libro El último día de Salvador Allende.
Durante años, sin embargo, la izquierda chilena, incluida la familia del Presidente, mantuvo que había sido asesinado por los militares. Durante años, costó comprender que Allende no había ingresado en la Historia por su muerte, sino por su vida, consagrada, desde sus principios marxistas, a la lucha por la democracia, la justicia social y el socialismo.
Precisamente, estos días recordamos una de las cimas de su trayectoria política: hace justo 40 años, el 21 de mayo de 1971, en su Primer Mensaje al Congreso Pleno, delineó las características de la llamada “vía chilena al socialismo”. Un mes y medio después de la victoria de la izquierda en las elecciones municipales (con más del 50% de los votos), Allende planteó a su pueblo una verdadera epopeya: “Chile es hoy la primera nación llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista (…) Aquí estoy para incitarles a la hazaña de reconstruir la nación chilena tal cual la soñamos. Un Chile en que todos los niños empiecen su vida en igualdad de condiciones, por la atención médica que reciben, por la educación que se les suministra, por lo que comen. Un Chile en el que la capacidad creadora de cada hombre y de cada mujer encuentre cómo florecer, no en contra de los demás, sino en favor de una vida mejor para todos”.
El desafío (¡de una vigencia absoluta!) era definir y desarrollar, “en democracia, pluralismo y libertad”, un nuevo modelo de Estado, de sociedad y de economía que permitieran satisfacer las aspiraciones y las necesidades del ser humano: “Caminamos hacia el socialismo no por amor académico a un cuerpo doctrinario. (...) Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana”.
Y finalizó su histórico discurso ante los miembros del Senado y de la Cámara de Diputados con un fervoroso llamamiento a los trabajadores y al pueblo: “Los que viven de su trabajo tienen hoy en sus manos la dirección política del Estado. Suprema responsabilidad. La construcción del nuevo régimen social encuentra en la base, en el pueblo, su actor y su juez. Al Estado corresponde orientar, organizar y dirigir, pero de ninguna manera reemplazar la voluntad de los trabajadores. Tanto en lo económico como en lo político los propios trabajadores deben ostentar el poder de decidir. Conseguirlo será el triunfo de la revolución. Por esta meta combate el pueblo. Con la legitimidad que da el respeto a los valores democráticos. Con la seguridad que da un programa. Con la fortaleza de ser mayoría. Con la pasión del revolucionario. ¡Venceremos!”.
A 40 años de aquellas palabras, las eternas especulaciones sobre los detalles de su muerte se clausurarán próximamente, cuando conozcamos los resultados de la definitiva autopsia de sus restos, aunque, tanto si se disparó como si los golpistas le acribillaron, es indiscutible que fue una víctima, una de las primeras, de la ignominiosa dictadura de Pinochet.
Hoy, el aspecto más relevante del legado político de Salvador Allende, junto con su resistencia heroica durante varias horas en La Moneda al lado de sus compañeros, es su trayectoria ejemplar, centrada durante casi medio siglo en forjar la unidad de la izquierda en torno a un programa y a un vasto movimiento popular para construir el socialismo en Chile. Un socialismo inequívocamente democrático, profundamente revolucionario y humanista.
Por estas razones, la lucha por el Socialismo del siglo XXI se nutre singularmente de su aspiración a la transformación gradual, democrática, no violenta de la sociedad capitalista y de la memoria de la Unidad Popular, de aquel “tiempo de las cerezas” que cien años antes cantó el himno de la Comuna de París, de aquel “tiempo de las cerezas” que “amaremos siempre”, pero que nos dejó “en el corazón una herida abierta”.
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