Jaime Garzón |
Matar al mensajero
Ese recurso -matar al mensajero- ha sido practicado de forma continuada, durante las cuatro últimas décadas, en muchas naciones de América Latina. Un recurso extremo, límite, que suele estar precedido de amenazas, agresiones físicas, chantajes y extorsiones. Y que tiene un reflejo colateral en modalidades de censura y autocensura, corrupción, exilio... Resultados de la profunda contradicción entre los marcos constitucionales de las naciones, formalmente democráticos, y las prácticas que burlan la libertad de expresión y el derecho a la información. Manifestaciones de una cultura política débil, donde, en la construcción periodística de la realidad, no cabe la alteración del orden de los poderes fácticos, la denuncia 'excesiva' de la injusticia, la inmoderación en la opinión...
Las agresiones a periodistas son, en no pocos países, una práctica que no es exclusiva de las situaciones excepcionales (dictaduras militares, guerras civiles, etc.), sino que alcanza también otros escenarios, en los que se percibe el juego del crimen organizado, las mafias del narcotráfico o las posiciones de poder de los cacicatos residuales y la discrecionalidad de determinados cuerpos policiales, militares y paramilitares.Ese recurso -matar al mensajero- ha sido practicado de forma continuada, durante las cuatro últimas décadas, en muchas naciones de América Latina. Un recurso extremo, límite, que suele estar precedido de amenazas, agresiones físicas, chantajes y extorsiones. Y que tiene un reflejo colateral en modalidades de censura y autocensura, corrupción, exilio... Resultados de la profunda contradicción entre los marcos constitucionales de las naciones, formalmente democráticos, y las prácticas que burlan la libertad de expresión y el derecho a la información. Manifestaciones de una cultura política débil, donde, en la construcción periodística de la realidad, no cabe la alteración del orden de los poderes fácticos, la denuncia 'excesiva' de la injusticia, la inmoderación en la opinión...
No obstante, a pesar de que la región, en su conjunto, aparece como la más peligrosa del planeta para el ejercicio del periodismo, las causas y los territorios se concentran cada vez más en zonas concretas. Y ahí destaca Colombia como escenario determinante de la tozudez estadística de la muerte.
Más de 650 periodistas muertos violentamente
Infoamérica ha recopilado, a partir de una amplia gama de fuentes, que con seguridad no agotan toda la realidad, una relación de casos sobre periodistas y trabajadores de los medios muertos violentamente y también de desaparecidos. Son, en esta relación, 655 los nombres anotados y clasificados por el orden de las naciones donde se produjeron los hechos.
Las fuentes empleadas, entre otras, son el Freedom Forum Journalists Memorial, el International Press Institute, el listado de Impunidad (SIP), y fuentes locales de organizaciones cívicas y profesionales, como la Federación de Periodistas de América Latina y del Caribe (FEPALC). Así, se ha utilizado la información del proyectos Desaparecidos (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, México, Panamá, Perú, Uruguay). El informe argentino de la Comsión Nacional sobre la Desaparición de Personas, Nunca Jamás, editado por Eudeba. La información del libro de Juan Carlos Caamaño y Osvaldo Bayer Los periodistas desaparecidos, Editorial Norma, Buenos Aires, 1998. En el caso de Chile, además del proyecto Memoria Viva, el libro colectivo Morir es la noticia, Ernesto Carmona Ed., Santiago, 1997.
Ilustran esta presentación imágenes de periodistas que perdieron la vida por la defensa de las ideas, el libre ejercicio de su profesión y la denuncia de la corrupción. Así, el prestigioso columnista mexicano Manuel Buendía (v. biografía), muerto el 30 de mayo de 1986, por un disparo a quemarropa, cuya memoria y el espíritu de la libertad guarda la Fundación que lleva su nombre. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, director de La Prensa de Managua, acribillado a balazos el 10 de enero de 1978 por sus críticas al gobierno de Somoza. Años después, su viuda, Violeta, sería elegida presidenta del país (v. nota). Rodolfo Walsh, escritor y periodista argentino, cofundador con Gabriel García Márquez de la agencia Prensa Latina, tiroteado repetidamente por 12 miembros de las fuerzas de seguridad el 25 de marzo de 1977, en las calles de Buenos Aires, un día después de publicar una carta abierta al gobierno militar. José Tohá, director del diario Las Noticias de Última Hora, ministro de Interior y Defensa de Chile con Salvador Allende, fallecido en extrañas circunstancias después de meses de prisión en la isla de Dawson. El reportero norteamericano Charles Horman, que en la imagen de Tweedy Holmes aparece junto a su esposa Joyce, poco antes de trasladarse a Chile, fue ejecutado el Estadio Nacional de Santiago después del golpe de Estado del 11 de septiembre. Horman investigaba la implicación de Estados Unidos en la sublevación militar (Costa-Gavras llevó este caso al cine, en 1982, con la película Missing, interpretada por Jack Lemmon y Sissy Spacek). Guillermo Cano, de 62 años, director de El Espectador de Bogotá, que el 17 de diciembre de 1986 recibió cinco disparos mientras esperaba en su coche a las puertas de la redacción del periódico en Bogotá, después de haber hecho diversas denuncias sobre el capo de la droga Escobar. "El problema de nuestra actividad -había declarado poco antes del fatal suceso- es que nunca se sabe si uno va a volver a su casa en la noche". Da nombre al premio mundial sobre libertad de prensa de la UNESCO (v. biografia). Jorge Carpio Nicolle, veterano periodista y político guatemalteco, director del diario El Gráfico, tiroteado y muerto el 3 de julio de 1993 en una emboscada, cuando estaba entregado a una campaña a favor de una solución pacífica para la guerra civil de su país.
Tres profesionales muertos violentamente en los últimos años, han suscitado movimientos nacionales e internacionales de protesta. José Luis Cabezas, fotógrafo argentino de 35 años, cuyo brutal asesinato -apareció maniatado y carbonizado, con dos disparos en la cabeza, el 25 de enero de 1997-, ha provocado una de las mayores movilizaciones profesionales frente a la impunidad de las agresiones contra la prensa. Jaime Garzón, periodista colombiano de 36 años, conocido por sus sátiras políticas en radio y televisión, recibió, el 13 de agosto de 1999, cinco disparos en la cabeza y en el pecho mientras se diría a su emisora de radio. Su muerte provocó conmoción nacional, con más de medio millón de personas en su entierro. Tim Lopes, de la televisión brasileña Globo, asesinado el 2 de junio de 2002, cuando investigaba las redes de distribución de droga y prostitución en Río de Janeiro (Véase página web). También en Colombia, en país más castigado por la violencia, Orlando Sierra, subdirector de del diario La Patria de Manizales, asesinado el 1 de febrero de 2002. Su actividad periodística se había caracterizado por la publicación muy frecuente de reportajes críticos sobre los grupos violentos de todo signo.
Con esta amplia base de datos se abre la mayor referencia documental sobre periodistas muertos y desaparecidos. Nombres que, en algunos caso, pueden plantear ciertas reservas sobre las circunstancias de su muerte y la vinculación de éstas al libre ejercicio profesional. En un punto de partida. Esperamos que nuestros amigos y suscriptores, que pertenecen a todas las naciones de América Larina, nos aporten aquellos datos que complementen la información recogida o subsanen posibles errores.
Bernardo Díaz Nosty
Director de Infoamérica
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