Veinte años no son nada. Ni siquiera para borrar de la memoria colectiva un hecho trágico, que acabó la vida de un joven revolucionario y comunista, que a los 35 años se proyectaba como uno de los más importantes dirigentes de la izquierda colombiana. Fue José Antequera, “Pepe” o “Pepín” como le decíamos sus familiares y amigos.
El 3 de marzo de 1989, antes de viajar a Barranquilla y en momentos en que saludaba al entonces candidato presidencial, Ernesto Samper Pizano, varios sicarios le dispararon en repetidas veces sobre su humanidad, cayó de bruces, mientras Samper herido de gravedad, era protegido en el piso por su esposa Jakim. Antequera no sobrevivió a los disparos, varios de ellos mortales, mientras el después presidente liberal logró recuperarse pasados meses de convalecencia. Los propios médicos dijeron que se salvó de milagro, afortunadamente.
El asesinato de “Pepe” fue una muerte anunciada. Pocos días antes, en Montería, a la sazón capital del paramilitarismo y del anticomunismo, había denunciado con valor a Carlos Castaño y a las AUC como promotores de la guerra sucia contra la Unión Patriótica con la complicidad de oficiales y brigadas del Ejército. Algunos periodistas dijeron que allí selló su sentencia de muerte. Fue superior el valor de este joven comunista y revolucionario, que como tantos otros no vaciló en denunciar a los directos responsables del martirologio de comunistas y luchadores populares. La muerte lo rondaba y hacía rato, como a Jaramillo y tantos otros, estaba dictada la sentencia criminal de paramilitares y agentes del Estado, ese contubernio siniestro, que no ha cesado en el país.
Nuestra última conversación fue en la Editorial Colombia Nueva Ltda.. de propiedad del Partido Comunista Colombiano, cuya gerencia yo desempeñaba, pocos días antes e su muerte. “Pepe” estaba preocupado. Aunque se burlaba de la situación, no había temor, ni siquiera aceptaba la opción de salir del país por un tiempo. Bernardo Jaramillo lo había hecho, estaba en Berlín, pero tenía desespero para regresar al país.
Con “Pepe” teníamos una estrecha relación, durante varios años cultivada en la militancia de la Juventud Comunista de la cual fuimos sus dirigentes. Compartimos luchas, sacrificios y rumbas en nuestros años mozos. Cuando no teníamos para el almuerzo recogíamos revistas coreanas y soviética, acumuladas en y abandonadas en oficinas, para venderlas en los chuzos de la avenida 19. Existía la confianza, el trato mamagallista y de mutuo cariño. Antequera era un hombre alegre, enamorado de la vida y mujeriego como buen costeño. No me comentó, en ese último encuentro, que viajaría a Barranquilla, pero me dio a guardar un arma, vieja, casi destartalada, que en el DAS le habían proporcionado para su defensa. Un escolta vino a reclamarla un día antes del viaje, pero tampoco me advirtió del desplazamiento. Al parecer, en la dirección del partido no se conocía de ello y de ahí la sorpresa del asesinato en el aeropuerto El Dorado. Los sicarios conocían en detalle sus movimientos. Los escoltas que le había asignado el Gobierno eran del DAS
De “Pepe” tengo gratos recuerdos. Conversábamos bastante. Era un lector empedernido y me recomendaba textos de actualidad. Casi siempre tenía un libro en las manos, que leía en el transcurrir de alguna tediosa reunión. Los comentábamos con frecuencia. No había límite: igual un texto de política, historia o literatura. Me hizo comprar el Cuarteto de Alejandría sólo para hablar de ellos y lo hicimos, con algo de apasionamiento, a lo largo de una noche de bohemia. Le gustaba la salsa y frecuentaba los sitos de rumba de la época. Éramos asiduos visitantes del Goce Pagano en la olla de la 24 con 13 A, cerca de la casa de la JUCO.
Fueron años de lucha y de alegría en que se destacaba la figura carismática de “Pepe”, líder estudiantil de mucho respeto en el medio, hostil y anticomunista desde distintas orillas. Nuestro escenario era la lucha revolucionaria, radical cuando correspondía a la necesidad de las masas, aunque no fuimos “guerrilleros de café” como tantos charlatanes de la época que hoy sufren de amnesia; y ni siquiera cultivamos la idea de irnos al monte aún en los peores momentos de la guerra sucia y del extermino de los comunistas. Precisamente, después de la masacre de la sede de la JUCO en Medellín, acordamos hacer la toma de Caracol Radio en la Avenida 19 entre carreras 8 y 9, con un grupo de militantes de la JUCO de Bogotá. Casi traspasando la puerta de ingreso a la cadena radial, “Pepe” me dijo: “Carlitos es mejor que te quedes para atender la parte logística de la solidaridad y el ingreso de alimentos”. Me devolví en medio de los vigilantes y de la policía que ya llegaba y casi me detienen en la misión. Pero logré evadir el cerco y así fue posible garantizar que no le faltara nada a los ocupantes y desplegar la solidaridad desde afuera, hasta la mañana siguiente en que se terminó la toma, después que Yamid Amat entrevistó a Antequera. Los periodistas no ocultaron la admiración por su verbo y capacidad intelectual.
A “Pepe”, como a cinco mil militantes comunistas y upecistas, no lo asesinaron porque el Partido Comunista y la Unión Patriótica combinaran las formas de lucha como lo aseguran los representantes del Establecimiento, que no se atreven a reconocer el genocidio político del Estado, como también algunos personajes de la izquierda, unos despistados y otros en el afán de reconciliarse con la derecha. Para que les digan que son de la izquierda moderada. El crimen, como el genocidio aún no reconocido, se debió a la intolerancia del régimen. Al constante ejercicio de la violencia en las alturas del poder en la práctica de la contrarrevolución preventiva en momentos del auge revolucionario y de la perspectiva de opciones alternativas al bipartidismo tradicional. “Pepe” ni siquiera aprendió a disparar el arma destartalada que le dieron en el DAS. Era un hombre comprometido con la lucha democrática y de masas. Presentó en el 15 Congreso del partido la propuesta de paz de los comunistas. Por primera vez se consignó en un documento de la izquierda el reconocimiento a los protocolos de Ginebra y la necesidad de humanizar el conflicto. Fueron parte de sus aportes medulares.
Hoy, 3 de marzo, estaremos en la tarde en el Museo Nacional, acompañando a María Eugenia, quien muchas veces nos atendió con delicadeza en el hogar que compartió con “Pepe”, y a Erika y José Darío, sus dos hijos, los grandes amores de su vida. Y el viernes no faltaremos a la rumba que programan varios de sus amigos, para recordarlo en su ley, la alegría de vivir y de gozar la vida, la que vivió con intensidad hasta que unos canallas se la quitaron sin razón.
Carlos A. Lozano Guillén
Combinación de las formas de lucha
Muy noble y sentido artículo, al camarada "pepe" lo llevamos en nuestros corazones y en la fortaleza de nuestra convicción por la patria nueva. La UA mantiene tu voz fina e inteligente con la misma sonoridad que en los tiempos de "¡Pa la calle!".
ResponderEliminar¡Pepe más vivo que nunca!
JUCO-Atlántico