Miguel Botella López, una autoridad mundial de la Antropología Forense |
Por Juan Diego Restrepo E.
Este experto mundial en antropología forense recomienda integrar las instituciones para explicar lo ocurrido en Colombia con los más de 50 mil desaparecidos que el Gobierno pretende identificar.
“Los huesos hablan y mucho, y hay que saber lo que dicen”, afirma Miguel Botella López, una autoridad mundial de la Antropología Forense, quien ha pasado por diversos países trabajando en procesos de exhumación de restos óseos para determinar más allá de la identidad cuales fueron las causas de muerte. Su trabajo le ha dado conocimientos suficientes para concluir que en procesos como los que vive Colombia, donde hay más de 50.000 desaparecidos, no sólo basta identificar los cuerpos, sino determinar cómo murieron.
Con más de 30 años dedicados a la Antropología Forense, Botella López es el actual director del Laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada, en España, y recorre el mundo no sólo participando de procesos de identificación y de recuperación de evidencias de restos óseos, sino capacitando a profesionales de la medicina, la antropología, el derecho y la sociología en el tema.
Por sus manos han pasado los restos de Cristóbal Colón y su de hijo Hernando, así como los de San Juan de Dios, el Príncipe Carlos de Viana y el Rey Jaime I de Aragón, pero también los de decenas de hombres y mujeres que han sido asesinados en Ciudad Juárez, México, en los últimos años, durante las guerras de los carteles del narcotráfico.
Este antropólogo forense estuvo hace varios días en Medellín capacitando a un grupo de profesionales en diversas disciplinas y aceptó una entrevista con VerdadAbierta.com para hablar de su trabajo, sus experiencias y de su percepción de lo que se hace en Colombia con relación a la identificación de las víctimas de los grupos armados ilegales asesinadas durante los últimos 40 años.
VerdadAbierta: ¿Qué hace exactamente un antropólogo forense?
Miguel Botella López: Establecer una secuencia de los hechos que expliquen la causa de la muerte. Los huesos hablan y mucho, y hay que saber lo que dicen. Mi trabajo se remite a establecer la evidencia. Yo pretendo ver qué y cómo pasó exactamente. Yo no entro en el tema del por qué, pues eso es entrar en el terreno de la especulación. Yo no pretendo solucionar ningún caso, ni lo pienso siquiera. Lo que busco es aportar datos que sean incuestionables a la hora de juzgar y elaborar una respuesta a lo que ha sucedido.
¿A través de su trabajo ha podido determinar similitudes y diferencias en el cómo matan en el mundo?
El cómo varía por el tipo de sociedad. Me resultan muy curiosos los latinoamericanos: son enormemente sentimentales, muy afectivos y tienen canciones de amor que son lacrimosas, pero al mismo tiempo son violentos y crueles. Contrario a lo que ocurre en los Balcanes: es una sociedad muy cariñosa, pero tienen una frialdad impresionante.
¿Cómo se expresan en términos de violencia esas diferencias sociales?
En los Balcanes tienen esa sistemática frialdad de apostar francotiradores anónimos en los edificios y esperar hasta elegir la presa; por ejemplo, que sea un niño, para que a la familia le duela más. Eso no ocurrirá en América Latina, aquí se dará otra cosa: un tipo con un machete que le saca las tripas a otro o como en Ciudad Juárez, que le pega 35 tiros a otro en la cara a otra persona. La violencia reviste las diferencias sociales que caracterizan a cada grupo humano.
¿Podría decirse que esas prácticas violentas son aprendidas o tal vez surjan de momentos de gran alteración y rabia?
Cuando el ser humano alcanza unas altas cotas de violencia, repite unas pautas que se vuelven normales. La muerte a machetazos en Ruanda en 1994 de Hutus contra Tutsis fue una repetición de las matanzas en Biafra 20 años antes. Si nosotros hablamos de la tragedia del Congo a finales del siglo XIX, encontramos que mataron a 15 millones de personas en 25 años. Y la catástrofe en África por los alemanes fue también de más de 12 millones de personas. Los humanos, cuando se acostumbran a la violencia, repiten unas pautas de comportamiento que son muy similares y también imitadas; además, hay un acostumbramiento que trivializa la violencia.
Una de las características de la violencia, sobre todo cuando proviene de grupos organizados, es la de dejar “marcas” en los cuerpos. ¿En su trabajo ha encontrado este tipo de aspectos?
En Ciudad Juárez hay dos carteles, uno se dicen los marranos y otro los puercos. Y hay un tercer cartel que trata de entrar a la zona. Uno de los carteles comenzó a matar a la gente disparándole a la cara, porque mucha gente lleva chaleco antibala. Para evitar que sobrevivieran la disparaban a la cara. Entonces el otro cartel empezó a hacer exactamente lo mismo, pero con una variación: a la víctima le descargan tres cargadores completos en la cara para borrarle el rostro.
En Colombia, las prácticas del descuartizamiento por parte de grupos paramilitares fueron muy usuales, ¿desde la antropología forense cómo puede explicarse esa forma de atentar contra la vida humana?
El descuartizamiento lo he visto de una manera sistemática porque está dentro de la cultura de la gente. Ellos conocen que la gente necesita algo de su familiar para llorar sobre él y la manera de hacer más daño es evitándoselo, y cuanto más lo rechaza la gente más lo hacen, para provocar mayor dolor y sufrimiento. Cuando se hace sistemático, se hace consciente para hacer más daño. Yo lo he visto en Kosovo, por ejemplo, donde se descuartizaba a los serbios y tiraban los trozos en diversas partes para que no los pudieran encontrar. También he visto descuartizamientos en África.
En nuestro país se ha conocido de instructores que formaron a muchos paramilitares en esas prácticas del descuartizamiento, ¿el que sean aprendidas, las hace más efectivas?
La disciplina militar es importante en la violencia. Cualquier violencia cuanto más se intelectualice más eficaz es. En grupos de formación militar donde las técnicas se explican y se ensayan, la eficacia es mayor.
¿Qué aportes le puede hacer la Antropología Forense a la reconstrucción de la memoria en Colombia, donde se están desenterrando cuerpos de personas asesinadas hace diez, quince, veinte años o más?
Nosotros podemos ver los mecanismos de actuación, las pautas de comportamiento que se han seguido y las similitudes entre uno y otro caso. Evidentemente lo básico es identificar al sujeto, pero más allá, lo que podemos aportar son los mecanismos de muerte que se han utilizado y deducir, por ejemplo, si los victimarios están formados previamente, sistemáticamente informados, o si no lo están y por el contrario actúan de manera improvisada. Algo que interesa a nivel judicial es si ha habido ensañamiento contra la víctima. Obviamente en estos casos el ensañamiento es sinónimo de tortura.
¿En el tema de políticas públicas dirigidas a mejores procesos de reconocimiento de cadáveres en América Latina y de las prácticas de asesinato, usted que ha observado?
Yo lo he visto en Chile, Argentina, México, Perú y obviamente aquí en Colombia: falta una directriz clara, hace falta una integración de los equipos, del conocimiento; hace falta realmente trabajar en equipo para establecer lo que ha pasado, no solo para identificar los cuerpos, sino para establecer cómo murieron. Mientras no sea un planteamiento serio sobre todos estos temas, todo será palos de ciego. Hay grupos de profesiones que debe estar unidos y no lo están. El sociólogo dice una cosa, el antropólogo social dice otra. Unos tienen información por un lado, otros por otro, y a veces muy lacrimosa de lo mal que lo han pasado las familias, de lo tristes que están, pero nada más. Aquí cada uno toca un pito, con lo cual no hay un conocimiento global de lo que ha pasado.
¿Los profesionales forenses en Colombia están a la altura del reto que les impone una realidad tan compleja como la de identificar más de 50 mil personas?
La preparación en Colombia de los investigadores forenses es de alto nivel, la experiencia es muy buena, varios de ellos han trabajado en diversas partes del mundo, lo que se requiere es mayor coordinación entre los profesionales relacionados con el tema.
¿Por qué cree que no hay unas políticas públicas concretas en ese tema y mayor articulación institucional?
Porque a los políticos no les interesa.
¿Frente a esa situación, usted que recomendaría?
Aquí la única posibilidad que hay es sentarse planificar el trabajo y lograr una mayor articulación interinstitucional e interdisciplinaria. Ahora, si aquí solo quieren identificar y callarse eso es una decisión política. Yo abogo por un trabajo en equipo. Todos juntos enriquecen la información, dispersos posiblemente no logren nada.
¿En esa perspectiva, qué papel deben desempeñar las distintas asociaciones de víctimas que actualmente hay en todo el país?
Las asociaciones de familiares de víctimas tienen una función básica importante y es la de priorizar las exhumaciones. Estas organizaciones son las que se tienen que ponerse de acuerdo en ello y darle sensatez al tema. No se puede excavar sin ningún orden, picoteando aquí y allá. Lo que debe hacerse es un trabajo de selección para priorizar la búsqueda y excavación, para ello es importante hacer mapas de ubicación de las fosas. Además, se podría establecer cuáles son más urgentes de excavar, cuáles de menos urgencia y cuáles podrían esperar un tiempo más. Todo ello requiere decisión política.
Verdadabierta
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