Miguel Mora*
De derrota en derrota hasta la victoria final. Es lo bueno que tiene Berlusconi. Es un populista pero solo si el pueblo está a favor. Cuando el pueblo está en contra y le pone en su sitio, hace como si lloviera. Sucedió hace quince días tras las municipales. Recibió una tunda de cuidado, y dijo: "No pasa nada".
Como sus sondeos probablemente le sugirieron que venía una nueva derrota en el referéndum, antes de retirarse a Villa Certosa para invitar a los suyos a la abstención con el ejemplo se cubrió las espaldas diciendo: "Estos referéndums son inútiles. Si perdemos no pasa absolutamente nada".
Lo que ha pasado es, sin embargo, todo. Han sido dos varapalos de enorme significado político en solo dos semanas. Un alud de votos le ha dicho a Berlusconi que ya no tiene legitimidad para seguir gobernando. Que la mayoría parlamentaria adquirida en la subasta de tránsfugas no representa a la mayoría social del país.
La consulta popular, la primera de carácter abrogativo que sale adelante en 15 años, ha aniquilado el corazón de su política energética, el programa nuclear, y las trampas que Berlusconi intentó hacer sobre la marcha tras la tragedia de Fukushima para hurtar el voto a los ciudadanos. Además, el pueblo le ha recordado que en las democracias la ley es igual para todos, al derogar la ley 'ad personam' del legítimo impedimento, pese a que el Constitucional ya la había corregido en su día. De paso, ha abolido la privatización del agua y la posibilidad de subir las tarifas un 7% sin mejorar el servicio, dos gestos que niegan la tradicional alergia de Berlusconi hacia el sector público.
Las cifras del entusiasmo participativo no ofrecen dudas: se trata de un voto masivo y por tanto político. Cerca de 30 millones de personas han acudido a las urnas sabiendo que, al hacerlo, estaban sepultando el berlusconismo para siempre. Ahora, si Berlusconi fuera razonable y quisiera a su país, como siempre ha dicho, debería dejar lo antes posible el Gobierno y subir al Quirinal para poner su cargo a disposición del presidente de la República.
Las televisiones, por cierto, no emitieron ayer la imagen de Giorgio Napolitano depositando sus papeletas en la urna. Hoy, Berlusconi ha dado por perdido el referéndum hotas antes de que se cerraran las urnas. Dos ulteriores e inútiles ramalazos censores que resumen una era marcada por la manipulación mediática.
La derrota es especialmente significativa porque se ha producido contra las televisiones, desmintiendo así el viejo sofisma que dice que sin televisión no se ganan votaciones. Un enorme movimiento popular, nacido desde abajo como en las municipales, ha desobedecido las llamadas a la abstención del Gobierno (y las dudas iniciales de una parte de la jerarquía del Partido Democrático), y ha puesto de nuevo a Italia, a la denostada Italia de Berlusconi, a la vanguardia de Europa. Irónico pero cierto.
Berlusconi no dimitirá, pero por amor de patria no tiene otra opción salvo irse a casa y dejarse procesar limpiamente, como un ciudadano más. Lo contrario será alargar la patética ficción de un Gobierno incapaz de gobernar desde hace meses y que no logra ponerse de acuerdo ni siquiera para aprobar el ajuste fiscal que exige Bruselas. Si sigue en el poder, solo contribuirá a aumentar los recelos de los mercados sobre la deuda italiana. Y aferrarse al cargo durante dos años más exasperaría aun más a los indignados, hartos y santos ciudadanos que han sufrido nueve años de mentiras, humillaciones y desastrosa gestión económica, con un crecimiento del 0,2% anual, solo superior al de Haití y Zimbawe.
El hombre que para ausentarse de sus juicios pone por delante su condición de gobernante y dice ser la encarnación del voto soberano ha sido vapuleado por ese mismo voto; y con él, de nuevo, sale muy tocado su aliado de la Liga del Norte. Umberto Bossi, otro gran demócrata de ocasión, afirmó antes del referéndum: "Espero que los italianos no vayan a votar". Lo han hecho, y parece hora de que la Liga inicie también una renovación profunda. Mejor si es desde la oposición.
La masiva participación en un referéndum abrogativo, por mucho que lo nuclear sea un tema muy sensible, revitaliza la herramienta de la democracia directa, esa que reclaman en España los indignados de Sol. Italia nos recuerda que, pese a 17 años de abusos y propaganda, la gran cultura política que todavía mantiene el país puede ser un arma muy valiosa en los momentos más difíciles.
Cuando la partitocracia era una casta, la antipolítica reinaba y la democracia parecía en riesgo por la deriva de la guerra de Berlusconi contra los jueces, ha resurgido con fuerza imparable la ciudadanía para afirmar que en las democracias deciden los ciudadanos.
Criticados fuera del país por su excesiva tolerancia, y humillados dentro por una clase política que explota cierta tendencia genética a la anarquía y el individualismo, los italianos han hablado como un pueblo maduro y responsable, demostrando un coraje cívico y una sensibilidad democrática admirables. Solo cabe darles la enhorabuena, y desearles que acabe lo antes posible la pesadilla de la política gore, el velinismo y el bunga bunga.
Una última cosa: Pierluigi Bersani, al que alguna vez en este espacio se ha criticado por su indolencia y su bonhomía algo fúnebre, es el típico caso del antihéroe que se convierte sin querer en el elegido por la providencia. Ahora solo le falta desembarazarse de Massimo D'Alema para convertirse en el líder del cambio. Las últimas citas con las urnas demuestran que no son tiempos de aparatchiks, sino de escuchar e implicarse con las bases (también las católicas, que han demostrado ser más de izquierdas que sus políticos).
Si se piensa bien, hacía falta un hombre así, bueno, honrado y de pueblo, para acabar con la larga farsa del magnate contador de chistes.
Puede que incluso le echemos de menos, porque todo lo tragicómico tiene siempre su punto, pero 17 años han sido realmente demasiados. Eso han dicho hoy los italianos.
Confiamos, por el bien de todos, en que la familia se lo haga saber a la mayor brevedad.
Viva Vaticalia libre.
*Corresponsal de El País en Roma, antes en Lisboa, fue redactor en la sección de Cultura durante diez años y en la Edición Internacional durante cuatro. Arículo publicado en su blog "Vaticalia", que él así describe: Como dijo un alemán, Italia es como una diva de Hollywood: "Todos la miran admirados pero nadie la comprende". Este año, el país festejará el 150 aniversario de la unidad y los 82 años de su divorcio del Vaticano. Pero ¿estamos seguros de que Italia y el Vaticano son dos Estados distintos? Uno vive subsumido en el otro, aunque no resulta fácil decir quién subsume más a quién. Lo único claro es que Vaticalia es una mina informativa: pecados y delitos, mafias y masonerías, santos y 'velinas', vida interior y noches locas, Ratzinger y Berlusconi... ¡Viva Vaticalia!
Surysur
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