Silvio Rodríguez |
Por: Juventud Rebelde
Silvio anduvo anoche por los caminos de la sensibilidad, la ternura y la cubanía. Fue su deseo esta vez cantarle al Museo Nacional de Bellas Artes.
Silvio anduvo anoche por los caminos de la sensibilidad, la ternura y la cubanía. Fue su deseo esta vez cantarle al Museo Nacional de Bellas Artes.
Dejó sonar allí guitarras, flautas y canciones como esa etérea Mariposa que suele posarse «debajo del cielo, encima del mundo».
Buscó el cantautor esa ruta en la que deslindó sus más recientes poemas melódicos y encontró un público muy cercano a Segunda cita, su último disco, capaz de seguirlo verso a verso en su Carta a Violeta Parra, o en esa insuperable y contemporánea Sea señora.
En este viaje de Silvio no faltaron aquellas letras ya eternas como El Mayor y Óleo de una mujer con sombrero. Sorprendió acertadamente en su elección, o al menos a no pocos, con el Reparador de sueños, como un regalo especial para los persistentes. Y obsequió por partida doble una raigal: Quien fuera, gracias a un fallo técnico.
Se despidió con Ojalá y el Escaramujo. Mas, todavía gravita en quienes disfrutaron del trovador en Bellas Artes esa enternecida melodía salida de Trovarroco, el coro Exaudi, la flautista Niurka González y el percusionista Oliver Valdés. Porque ante la grandeza del poeta Silvio anoche, estuvieron sus acompañantes, su público y los boricuas de Calle 13, espectadores de la velada.
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