Editorial VOZ Edición 2578
Recientes acontecimientos como el comportamiento del presidente Juan Manuel Santos durante y después de las liberaciones de los dos concejales y cuatro miembros de la Fuerza Pública por decisión unilateral y humanitaria del Secretariado de Las FARC, así como el tratamiento despótico al paro de los camioneros, revelan a un mandatario en la misma línea de la “seguridad democrática”, proclive al guerrerismo y al tratamiento de orden público de los conflictos sociales.
En este semanario no nos hemos hecho ilusiones de un gobierno distinto al de Uribe Vélez y mucho menos de ruptura con la seguridad democrática y el estilo despótico, autoritario y descompuesto de su predecesor. No hay que olvidar que Juan Manuel Santos fue ministro estrella del Gobierno de Uribe, avaló todos los actos de su Gobierno, hasta los de evidente corrupción y llegó al colmo de calificarlo, unos días antes de posesionarse como nuevo mandatario de los colombianos como el “segundo libertador de Colombia”.
Reconocemos, por supuesto, ciertos cambios de estilo, una actitud más decente si se quiere, que lo llevó a reconstruir las relaciones rotas con Venezuela y Ecuador, acercarse a Unasur a cuya Secretaría General propone a María Emma Mejía, sin distanciarse de Washington, aunque siempre en función de los intereses del sector oligárquico transnacional, financiero e industrial que representa. Contrario a Uribe Vélez ligado al sector más reaccionario del país, de la parapolítica, el paramilitarismo y el narcotráfico. Profundamente descompuesto y mafioso. Para la muestra el botón de su administración, preñada de escándalos de corrupción y de actos inmorales. A ese gobierno perteneció Juan Manuel Santos. Es un hecho concreto que no se puede soslayar.
Por eso no extraña, que al tiempo que se daban las liberaciones, bien recibidas en el país y a nivel internacional, Santos lanzara todo tipo de acusaciones contra las FARC, mantuvo a distancia al grupo humanitario de “Colombianos y Colombianas por la Paz” y permitió acciones de inteligencia para ubicar los sitios de concentración de la guerrilla en el Cañón de Las Hermosas y el norte del Cauca, para lanzar operativos de tierra arrasada para perseguir y matar a Alfonso Cano. “Cano y todos los jefes de las FARC, correrán la misma suerte del Mono Jojoy”, diría Santos un día después de las liberaciones. ¿Qué confianza puede ofrecer un Gobierno con estas maniobras bajas para un eventual proceso de paz o siquiera para futuras liberaciones?
Como si fuera poco, el paro de los camioneros fue reprimido con violencia de la Fuerza Pública, mientras el vicepresidente Angelino Garzón y el Ministro de Transportes entretenían a sus dirigentes con un acuerdo para levantar el paro. Pero, además, luego de levantarlo por la combinación del acuerdo con sabor a engaño y a garrote físico, el presidente Santos dice que la tabla de fletes no es negociable. ¿Para qué entonces las mesas de concertación?
Santos acabó de un golpe con el buen ambiente que se respiraba, producto de ilusiones por los cambios de forma en el comportamiento gubernamental. Aunque dice que la puerta del diálogo está cerrada, asegura que la llave está en la mano para abrirla cuando lo crea oportuno. Pero lo que se ve es el horror de la guerra en el país, el fortalecimiento de los operativos militares, dirigidos con todo contra las FARC, mientras las llamadas Bacrim continúan asesinando a personas inermes. No existen diferencias con los procedimientos sucios del anterior Gobierno.
Con todo hay que persistir en la lucha por la paz. Más que nunca es vigente la acción de “Colombianos y Colombianas por la Paz. Estos y Piedad Córdoba, cabeza visible del movimiento, merecen todo nuestro respaldo en la búsqueda de apoyo nacional e internacional. La paz es posible pero con la presión de las fuerzas democráticas y populares. Es menester construir un amplio movimiento por la solución política negociada del conflicto en el país y con el apoyo de otras latitudes. Es un buen comienzo el Encuentro Internacional de Buenos Aires (Argentina) “Haciendo la paz en Colombia”.
Voz Edición 2578/PCC
Recientes acontecimientos como el comportamiento del presidente Juan Manuel Santos durante y después de las liberaciones de los dos concejales y cuatro miembros de la Fuerza Pública por decisión unilateral y humanitaria del Secretariado de Las FARC, así como el tratamiento despótico al paro de los camioneros, revelan a un mandatario en la misma línea de la “seguridad democrática”, proclive al guerrerismo y al tratamiento de orden público de los conflictos sociales.
En este semanario no nos hemos hecho ilusiones de un gobierno distinto al de Uribe Vélez y mucho menos de ruptura con la seguridad democrática y el estilo despótico, autoritario y descompuesto de su predecesor. No hay que olvidar que Juan Manuel Santos fue ministro estrella del Gobierno de Uribe, avaló todos los actos de su Gobierno, hasta los de evidente corrupción y llegó al colmo de calificarlo, unos días antes de posesionarse como nuevo mandatario de los colombianos como el “segundo libertador de Colombia”.
Reconocemos, por supuesto, ciertos cambios de estilo, una actitud más decente si se quiere, que lo llevó a reconstruir las relaciones rotas con Venezuela y Ecuador, acercarse a Unasur a cuya Secretaría General propone a María Emma Mejía, sin distanciarse de Washington, aunque siempre en función de los intereses del sector oligárquico transnacional, financiero e industrial que representa. Contrario a Uribe Vélez ligado al sector más reaccionario del país, de la parapolítica, el paramilitarismo y el narcotráfico. Profundamente descompuesto y mafioso. Para la muestra el botón de su administración, preñada de escándalos de corrupción y de actos inmorales. A ese gobierno perteneció Juan Manuel Santos. Es un hecho concreto que no se puede soslayar.
Por eso no extraña, que al tiempo que se daban las liberaciones, bien recibidas en el país y a nivel internacional, Santos lanzara todo tipo de acusaciones contra las FARC, mantuvo a distancia al grupo humanitario de “Colombianos y Colombianas por la Paz” y permitió acciones de inteligencia para ubicar los sitios de concentración de la guerrilla en el Cañón de Las Hermosas y el norte del Cauca, para lanzar operativos de tierra arrasada para perseguir y matar a Alfonso Cano. “Cano y todos los jefes de las FARC, correrán la misma suerte del Mono Jojoy”, diría Santos un día después de las liberaciones. ¿Qué confianza puede ofrecer un Gobierno con estas maniobras bajas para un eventual proceso de paz o siquiera para futuras liberaciones?
Como si fuera poco, el paro de los camioneros fue reprimido con violencia de la Fuerza Pública, mientras el vicepresidente Angelino Garzón y el Ministro de Transportes entretenían a sus dirigentes con un acuerdo para levantar el paro. Pero, además, luego de levantarlo por la combinación del acuerdo con sabor a engaño y a garrote físico, el presidente Santos dice que la tabla de fletes no es negociable. ¿Para qué entonces las mesas de concertación?
Santos acabó de un golpe con el buen ambiente que se respiraba, producto de ilusiones por los cambios de forma en el comportamiento gubernamental. Aunque dice que la puerta del diálogo está cerrada, asegura que la llave está en la mano para abrirla cuando lo crea oportuno. Pero lo que se ve es el horror de la guerra en el país, el fortalecimiento de los operativos militares, dirigidos con todo contra las FARC, mientras las llamadas Bacrim continúan asesinando a personas inermes. No existen diferencias con los procedimientos sucios del anterior Gobierno.
Con todo hay que persistir en la lucha por la paz. Más que nunca es vigente la acción de “Colombianos y Colombianas por la Paz. Estos y Piedad Córdoba, cabeza visible del movimiento, merecen todo nuestro respaldo en la búsqueda de apoyo nacional e internacional. La paz es posible pero con la presión de las fuerzas democráticas y populares. Es menester construir un amplio movimiento por la solución política negociada del conflicto en el país y con el apoyo de otras latitudes. Es un buen comienzo el Encuentro Internacional de Buenos Aires (Argentina) “Haciendo la paz en Colombia”.
Voz Edición 2578/PCC
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