* El Cairo está en llamas. Arden las estaciones de policía y establecimientos gubernamentales que no resisten la ira del pueblo. En Egipto hay una insurrección popular, dicen analistas internacionales.
La ola popular de rebeldía de masas que expulso del poder a Zine El Abidine Ben Ali de Túnez se extendió a otros países de la misma región africana y del Medio Oriente, en la búsqueda de cambiar viejos gobiernos dictatoriales y tiránicos por regímenes democráticos y de justicia social. Las dos última semanas, la llama de la inconformidad llegó a Egipto, país árabe que hace treinta años es gobernado por Hosni Mubarak, quien desde hace treinta años gobierna con mano de hierro y medidas pro norteamericanas y de conciliación con Israel, en contra de la lucha de la mayoría de los pueblos árabes que defienden el derecho Palestino a su propio territorio y la unidad panárabe contra el peligro del ataque sionista.
Egipto fue ocupado en parte de su territorio y del estratégico Canal del Suéz por las tropas israelís en la guerra de 1967, situación que condujo posteriormente a Mubarak a buscar acercamientos con Estados Unidos e Israel alejándose de sus hermanos de la comunidad árabe y del norte de África. Estados Unidos desde hace casi un cuarto de siglo tiene excelentes relaciones con el régimen de El Cairo al que califica de “moderado” y hasta le da reconocimiento democrático, porque es fundamental para sus intereses geopolíticos e imperialistas en la región.
Años de negación de las libertades y cantidad de insatisfacciones sociales en un gobierno corrupto de tres décadas, colmó la paciencia de los egipcios. El Cairo está en llamas. Arden las estaciones de policía y establecimientos gubernamentales que no resisten la ira del pueblo. En Egipto hay una insurrección popular, dicen analistas internacionales. La que no es vista por Estados Unidos y la Unión Europea, que prefieren un “cambio pacífico”, que equivale a un simple maquillaje para que todo siga igual.
Doble juego occidental
Las potencias occidentales se la juegan por la famosa fórmula de Guiseppe Tomasi di Lampedusa de “cambiar para que nada cambie” y a eso van orientados los llamados de la Secretaria de Estado Hillary Clinton a la transición pacífica en Egipto, mientras no dice nada de remover a Mubarak y de las decenas de muertos en las protestas callejeras.
La posición del pueblo es otra, en particular de los jóvenes, los intelectuales y los trabajadores, que buscan un cambio drástico, democrático y de participación, sin excluir a ninguna fuerza política como lo propugnan los occidentales que descartan cualquier participación de los “radicales” en un nuevo Gobierno.
Los grandes medios de comunicación internacionales, con réplica en Colombia, le atribuyen el éxito de la inconformidad a las redes sociales y a las neuvas tecnologías, que tal vez jugaron un papel, pero lo fundamental fue el levantamiento popular, la movilización de masas que es la forma tradicional y efectiva como se pronuncian los ciudadanos contra las tiranías en todos los tiempos. No se sabe aún en dónde va a terminar la situación de confrontación en Egipto. Cada día que pasa es más difícil la posición de Mubarak y sus aliados, por eso el mandatario aferrado al poder maniobra, remplazando el gabinete y anunciando cambios aunque no de fondo en la vida nacional. El pueblo persiste en la protesta y en la movilización de masas, rompió el toque de queda y las medidas restrictivas lo cual es demostración de su firme decisión para ponerle fin a la tiranía.
La ira popular parece incontenible en Egipto y a eso le temen los capitalistas en todas las latitudes, porque la garantía para el yugo explotador es el adormecimiento de las masas. Para el capitalismo la insurrección es un mal ejemplo, por eso prefieren la solución rápida, incluyendo el sacrificio del gobierno títere de Mubarak.
Egipto fue ocupado en parte de su territorio y del estratégico Canal del Suéz por las tropas israelís en la guerra de 1967, situación que condujo posteriormente a Mubarak a buscar acercamientos con Estados Unidos e Israel alejándose de sus hermanos de la comunidad árabe y del norte de África. Estados Unidos desde hace casi un cuarto de siglo tiene excelentes relaciones con el régimen de El Cairo al que califica de “moderado” y hasta le da reconocimiento democrático, porque es fundamental para sus intereses geopolíticos e imperialistas en la región.
Años de negación de las libertades y cantidad de insatisfacciones sociales en un gobierno corrupto de tres décadas, colmó la paciencia de los egipcios. El Cairo está en llamas. Arden las estaciones de policía y establecimientos gubernamentales que no resisten la ira del pueblo. En Egipto hay una insurrección popular, dicen analistas internacionales. La que no es vista por Estados Unidos y la Unión Europea, que prefieren un “cambio pacífico”, que equivale a un simple maquillaje para que todo siga igual.
Doble juego occidental
Las potencias occidentales se la juegan por la famosa fórmula de Guiseppe Tomasi di Lampedusa de “cambiar para que nada cambie” y a eso van orientados los llamados de la Secretaria de Estado Hillary Clinton a la transición pacífica en Egipto, mientras no dice nada de remover a Mubarak y de las decenas de muertos en las protestas callejeras.
La posición del pueblo es otra, en particular de los jóvenes, los intelectuales y los trabajadores, que buscan un cambio drástico, democrático y de participación, sin excluir a ninguna fuerza política como lo propugnan los occidentales que descartan cualquier participación de los “radicales” en un nuevo Gobierno.
Los grandes medios de comunicación internacionales, con réplica en Colombia, le atribuyen el éxito de la inconformidad a las redes sociales y a las neuvas tecnologías, que tal vez jugaron un papel, pero lo fundamental fue el levantamiento popular, la movilización de masas que es la forma tradicional y efectiva como se pronuncian los ciudadanos contra las tiranías en todos los tiempos. No se sabe aún en dónde va a terminar la situación de confrontación en Egipto. Cada día que pasa es más difícil la posición de Mubarak y sus aliados, por eso el mandatario aferrado al poder maniobra, remplazando el gabinete y anunciando cambios aunque no de fondo en la vida nacional. El pueblo persiste en la protesta y en la movilización de masas, rompió el toque de queda y las medidas restrictivas lo cual es demostración de su firme decisión para ponerle fin a la tiranía.
La ira popular parece incontenible en Egipto y a eso le temen los capitalistas en todas las latitudes, porque la garantía para el yugo explotador es el adormecimiento de las masas. Para el capitalismo la insurrección es un mal ejemplo, por eso prefieren la solución rápida, incluyendo el sacrificio del gobierno títere de Mubarak.
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