Álvaro Cuadra.- Rebelión
Un balance mínimo del primer año del actual gobierno plantea una cuestión de entrada, si acaso estamos ante el primer gobierno de derecha en pos-dictadura o bien se trata –más bien- del gobierno de Sebastián Piñera. La pregunta no es baladí y nos lleva a uno de los rasgos centrales que caracteriza a la actual administración: Estamos ante un gobierno “mediático-personalizado”. Esto quiere decir que el actual gobierno organiza su imagen en torno a la figura del presidente que exhibe sus actuaciones a través de los medios de comunicación. Esta “personalización” extrema se afirma, por cierto, en una cierta tradición presidencialista, pero sobre todo en la hegemonía mediática sin contrapeso que ejercen los sectores empresariales ligados a la derecha.
Un balance mínimo del primer año del actual gobierno plantea una cuestión de entrada, si acaso estamos ante el primer gobierno de derecha en pos-dictadura o bien se trata –más bien- del gobierno de Sebastián Piñera. La pregunta no es baladí y nos lleva a uno de los rasgos centrales que caracteriza a la actual administración: Estamos ante un gobierno “mediático-personalizado”. Esto quiere decir que el actual gobierno organiza su imagen en torno a la figura del presidente que exhibe sus actuaciones a través de los medios de comunicación. Esta “personalización” extrema se afirma, por cierto, en una cierta tradición presidencialista, pero sobre todo en la hegemonía mediática sin contrapeso que ejercen los sectores empresariales ligados a la derecha.
La “personalización” de la política sigue el modelo del “Star System”, en el que una estrella seduce a su público en cada presentación. Sebastián Piñera ha tenido la astucia de asociarse a cada suceso o episodio que le asegure adrenalina y buena prensa, convirtiéndolo en una verdadera “performance”. El caso de los mineros atrapados en la mina San José es más que elocuente. Si bien esta modalidad fortalece la imagen presidencial, no resulta evidente que de esta fortaleza se beneficie el sector político que le apoya. Más bien al contrario, la experiencia enseña que la figura del primer mandatario se disocia con facilidad de sus partidos políticos, tal fue el caso de la señora Bachelet con respecto a la Concertación.
El gran despliegue mediático personalizado que ha exhibido el gobierno de Sebastián Piñera ha encontrado un terreno más que propicio en el Chile actual. Los partidos y personeros de la Concertación –principal conglomerado opositor- se encuentran desprestigiados, divididos y faltos de un proyecto político digno de tal nombre. Esto se traduce en una oposición escasa o nula, tanto en el plano mediático como político parlamentario y político social. Durante el primer año en su nuevo papel de oposición al gobierno, la Concertación ha protagonizado bochornosos episodios que han significado aprobar iniciativas gubernamentales sin mayor trámite.
Desde un punto de vista macro-político, si se quiere, la debilidad de la oposición se relaciona con el escaso contraste que se puede establecer entre lo que fueron las políticas públicas concertacionistas y las que se implementan en la actualidad. El gobierno del señor Piñera se instala más en una sutil escala de grises que en el clásico blanco-negro de izquierdas y derechas. Hasta aquí el gobierno Piñera se puede definir como una forma sui generis de “reformismo de derechas” que no establece diferencias netas con respecto a lo que fue el diseño de la Concertación. La “diferenciación marginal”, por decirlo así, se juega más bien en una cuestión de énfasis y estilos. En pocas palabras: Sea que se trate de un elogio o un insulto, para unos u otros, habría que decir que el gobierno Piñera se parece mucho a los gobiernos concertacionistas.
Finalmente no podemos olvidar que este primer año de gobierno de Sebastián Piñera ha sido anómalo en varios sentidos. No obstante, permite trazar un horizonte de más largo aliento. Más que ante una nueva manera de gobernar, constatamos que estamos ante un “estilo Piñera” que se ha impuesto como impronta de su gobierno y que la derecha ha aceptado, aunque con la incomodidad de muchos sectores. Este nuevo estilo asegura presencia mediática y, eventualmente, popularidad. Con tres salvedades: primera, nada asegura que la popularidad de la figura presidencial sea endosable a los diversos partidos de derecha; segunda, el “rating” circunstancial de un icono, que, bien lo sabemos, es de suyo efímero, no garantiza la continuidad de un gobierno que se proyecte más allá del rostro sonriente del señor presidente, Sebastián Piñera. Por último, el éxito mediático no obedece a la misma lógica de la movilización social que ha irrumpido inquietante, sea como el combativo grito mapuche en Araucanía o como negros nubarrones magallánicos.
El gran despliegue mediático personalizado que ha exhibido el gobierno de Sebastián Piñera ha encontrado un terreno más que propicio en el Chile actual. Los partidos y personeros de la Concertación –principal conglomerado opositor- se encuentran desprestigiados, divididos y faltos de un proyecto político digno de tal nombre. Esto se traduce en una oposición escasa o nula, tanto en el plano mediático como político parlamentario y político social. Durante el primer año en su nuevo papel de oposición al gobierno, la Concertación ha protagonizado bochornosos episodios que han significado aprobar iniciativas gubernamentales sin mayor trámite.
Desde un punto de vista macro-político, si se quiere, la debilidad de la oposición se relaciona con el escaso contraste que se puede establecer entre lo que fueron las políticas públicas concertacionistas y las que se implementan en la actualidad. El gobierno del señor Piñera se instala más en una sutil escala de grises que en el clásico blanco-negro de izquierdas y derechas. Hasta aquí el gobierno Piñera se puede definir como una forma sui generis de “reformismo de derechas” que no establece diferencias netas con respecto a lo que fue el diseño de la Concertación. La “diferenciación marginal”, por decirlo así, se juega más bien en una cuestión de énfasis y estilos. En pocas palabras: Sea que se trate de un elogio o un insulto, para unos u otros, habría que decir que el gobierno Piñera se parece mucho a los gobiernos concertacionistas.
Finalmente no podemos olvidar que este primer año de gobierno de Sebastián Piñera ha sido anómalo en varios sentidos. No obstante, permite trazar un horizonte de más largo aliento. Más que ante una nueva manera de gobernar, constatamos que estamos ante un “estilo Piñera” que se ha impuesto como impronta de su gobierno y que la derecha ha aceptado, aunque con la incomodidad de muchos sectores. Este nuevo estilo asegura presencia mediática y, eventualmente, popularidad. Con tres salvedades: primera, nada asegura que la popularidad de la figura presidencial sea endosable a los diversos partidos de derecha; segunda, el “rating” circunstancial de un icono, que, bien lo sabemos, es de suyo efímero, no garantiza la continuidad de un gobierno que se proyecte más allá del rostro sonriente del señor presidente, Sebastián Piñera. Por último, el éxito mediático no obedece a la misma lógica de la movilización social que ha irrumpido inquietante, sea como el combativo grito mapuche en Araucanía o como negros nubarrones magallánicos.
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