Esta larga entrevista con Alberto Granado nunca se publicó en un libro, como él quería. Tampoco fue posible el encuentro en Venezuela para rememorar el paso del Che y del petiso Granado por ese país, donde ambos se separaron en 1952 para reencontrarse en el primer año de la Revolución cubana. Aquí está ese diálogo y las fotos que antes de morir en La Habana le hiciera Roberto Chile.
Afuera, periodistas y pobladores pujaban por acercarse. Nunca se había visto tanta gente en las calles de Alta Gracia hasta ese 22 de julio de 2006, en que Fidel Castro y Hugo Chávez entraron al caserón de Villa Nydia, un chalet inglés con techos de chapas verdes y tejas ocres, acompañados exclusivamente por las cámaras de la televisión venezolana, unas pocas personas de las comitivas oficiales, la directora de la casa convertida en Museo y cuatro amigos de la infancia del Che: Carlos (Calica) Ferrer, Enrique Martín, Ariel Bidosa y Alfredo Moreschi. Alertado de la visita, Calica, que a principios de los 50 siguió al joven Ernesto Guevara en su segundo viaje por América Latina, había llegado desde Buenos Aires para encontrarse con sus compañeros, que viven a unas cuadras de aquella antigua casona de la calle Avellaneda, marcada con el número 501, en el barrio Villa Carlos Pellegrini.
Fidel y Chávez habían llegado un par de días antes a la Argentina para asistir a la Cumbre de Jefes de Estado del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), y habían extendido su programa en el país solo para realizar esa visita, juntos, a la provincia de Córdoba. En Villa Nydia el Che vivió desde los 4 a los 15 años, cuando sus padres buscaron un lugar cerca de la sierra, con clima más propicio para un niño que padecía violentas crisis de asma desde que tenía dos años. Desde allí Ernesto salió a explorar la cordillera, estudió la primaria y la secundaria, y tuvo su primer trabajo y su primer amor.
Calica Ferrer contó luego a los periodistas que en el interior de aquella casa los Presidentes hablaron del niño devenido en héroe y mito para millones de personas en el planeta, y que bromearon entre ellos y conversaron durante casi una hora de miles de detalles que se le escapaban de la memoria. Pero hubo un recuerdo de aquella hora en Alta Gracia que Calica fijó especialmente: Fidel le trajo un “chisme” y Chávez, una invitación. “El Comandante me dijo que el Petiso (Alberto Granado) anda recontra enojado porque el médico le ha prohibido el ron.” Y Chávez: “Quiere que nos reencontremos con Alberto, pronto, en Venezuela.”
Poco después, con esa noticia y sin preguntas previas, toqué a la puerta de la casa habanera de Alberto Granado, amigo de Calica y del Che, el Petiso de los diarios y las cartas de Ernesto, el hombre que lo acompañó en su primer viaje a Sudamérica que inspiró la película Diarios de motocicleta. Se ríe con el comentario de Calica: “Sigue siendo el mismo… Es verdad, me prohibieron el alcohol por un problema hepático y es un sacrificio… Y también es verdad que estamos esperando con mucha emoción ese encuentro en Venezuela, a donde llegué con Ernesto hace tanto ya…”
Le hablo de una carta que el Che le escribió a su madre, el 22 de agosto de 1953, en el que compara sus dos visitas a Perú y a ambos amigos: “Me di el gran gustazo por segunda vez y ahora a lo semibacán, pero el efecto es diferente. Alberto se tiraba en pasto a casarse con princesas incas, a recuperar imperios. Calica putea contra la mugre y cada vez que pisa uno de los innumerables zoretes, que jalonan las calles, en vez de mirar al cielo y alguna catedral recortada en el espacio, se mira los zapatos sucios. No huele esa impalpable materia evocativa que forma Cuzco, sino el olor a guiso y a bosta. Cuestión de temperamento.”
De ese hilo que va de una visita a Alta Gracia y de ahí al comentario leído al pasar y a los toques en una puerta, de ese ovillo que hace correr caprichosamente el azar y evocar a los amigos, nació esta entrevista. Conversando con Alberto, que ha cumplido 84 espléndidos y lúcidos años (murió a los 88), me doy cuenta de que hay muchos detalles todavía por revelar de los 12 días que el Che y él pasaron juntos en Venezuela. ¿Por qué no hace un ejercicio de memoria, antes de irse a Caracas con el Presidente Chávez y con Calica?, le pregunto con la grabadora en ristre.
“Pues, sí. ¿Por dónde empezamos…?”
LOS DOCE DÍAS DE ERNESTO EN VENEZUELA
-Alberto, hágase la idea de que encuentro que el Presidente Chávez quería en Córdoba se está produciendo ahora mismo…
-Es difícil. Quisiera que él estuviera aquí, de verdad… Yo quisiera hablarle de la estadía de Ernesto y mía en Venezuela, que está enmarcada por dos fechas. Una, muy famosa, el 14 de julio de 1952, en que se conmemoraba la toma de La Bastilla.2 Ese día nosotros cruzamos de Colombia a Venezuela. La otra fecha, no es menos conocida: el 26 de julio de 1952,3 día en que nos separamos y murió Eva Perón.4 Al año siguiente se produce el ataque al Cuartel Moncada. Que esas dos fechas sean el marco temporal de nuestra estancia en Venezuela es obra de la casualidad, o quizás no, porque hay cierta dosis novelesca en todo nuestro peregrinaje.
-¿Qué usted recuerda de ese 14 de julio? Por supuesto, sin la motocicleta.5
-Había quedado en el camino, en el sur de Chile, en un pueblecito que se llama Los Ángeles. Ahí la tuvimos que dejar por inútil. Después la llevamos a Santiago de Chile, a la casa de unos argentinos que la mantuvieron hasta que mis hermanos fueron a buscarla. La pérdida de la motocicleta no fue porque nosotros la abandonáramos, como se dice, sino porque la tuvimos que dejar. O dejábamos de viajar o dejábamos la moto, a pesar de que ella era mi segunda novia. Me había ayudado mucho, pero la tuve que dejar.
-¿Cómo llegaron hasta la frontera venezolana?
-Fuimos en ómnibus desde Bogotá hasta la frontera. Atravesamos el Puente Internacional que une Cúcuta con la ciudad de San Cristóbal, en Venezuela. Salimos como a las siete de la mañana de Cúcuta, rumbo a la frontera venezolana. Nosotros llevábamos un revólver, y de esas cosas tan extrañas de la vida nunca nos lo detectaron. Yo le decía a Ernesto que era porque lo traía envuelto en un calzoncillo viejo, con un olor que espantaba a la gente. En cambio, teníamos un cuchillito, un recuerdo del hermano de Ernesto, de Roberto, una especie de cuchillo gauchesco, un facón,6 pero en miniatura, parecía un cortapapeles. Como era tan bonito atraía la atención y nos lo querían quitar, y siempre había una discusión por eso.
-En una crónica que García Márquez escribió en 1999 después de una larga conversación con Hugo Chávez, comentó una anécdota ocurrida en uno de los puentes internacionales entre Colombia y Venezuela, que revela el carácter del Presidente venezolano. En la década del 80 Chávez fue detenido en la frontera por un capitán colombiano, que quería enviarlo a Bogotá argumentando que debía ser un espía. Chávez descubrió que el colombiano tenía una foto de Bolívar en la pared de la oficina, y le dijo: “Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?” El hombre, conmovido, liberó al venezolano con un abrazo en el Puente Internacional del Arauca. Cuando ustedes pasaron la frontera, ¿los detuvieron?
-Nada. Nosotros teníamos visa de turista por un mes. Hubo algo muy significativo, y lo escribí, además, en mi diario. En San Cristóbal, al otro lado de la frontera, debíamos esperar el ómnibus que nos llevaría hasta Caracas. Nos atendió un tipo bastante pesado. Finalmente, cruzamos con un suspiro de alivio el puente que pasa por encima del río Táchira y que une a ambos países. Al poco rato, estábamos otra vez frente a las garras de la Aduana venezolana. Pero afortunadamente ese 14 de julio entramos a Venezuela por un camino bastante lindo, bordeando el cordón montañoso hacia San Cristóbal, que es una pequeña ciudad parecida a Cúcuta, pero menos cosmopolita, como escribí en mi diario. Lo que más me llamó la atención fue el río Torbes, que tiene aguas de un intenso color rojo, que resalta más por el verde de sus riberas.
Para hacer tiempo, nos pusimos a recorrer el pueblo. Yo encontré una biblioteca. Pedí un libro, La Vorágine7 una novela que habla de la conquista del Orinoco. Eso me llenó de entusiasmo. En Bogotá y en Colombia, en general, nos habían tratado muy mal, pero sentí que haber encontrado una biblioteca con un libro que a mí me gustaba, en Venezuela, era una buena señal.
-¿Pudo avanzar mucho en la lectura?
-Leí unas pocas páginas. Me lo prestaron para que lo leyera afuera, porque había mucho calor.
-Pero no se lo llevó.
-No, no, no, se lo devolví.
-¿Qué hacía Ernesto mientras?
-Salió a recorrer el pueblo, para ver si conseguía un camión que nos sacara de ahí. Como estaban muy difíciles las cosas, lo que resolvió fue que tendríamos que pagar el pasaje hasta Caracas, cosa que no nos gustó. Lo hicimos, pero nunca imaginamos que esa carretera estaría a 4 000 metros de altura en una región que le llaman El Páramo. Como a las 11 de la noche del 16 de julio salimos de San Cristóbal, en un camión donde viajábamos, incomodísimas, once personas. Pasamos un frío terrible y hambre. Una compañera de asiento nos invitó con un pedazo de queso de mano, tipo Telita. Fíjate, que en Venezuela, contra nuestra manera habitual de viajar, pagamos para irnos en el ómnibus. Queríamos llegar más rápido, porque ya teníamos algunos proyectos.
Al principio lo nuestro era andar, andar y andar. Pero yo tenía el compromiso con la mamá del Che, Celia, de mandarle al hijo de vuelta para que se graduara de médico, porque estaba al terminar. Habíamos planificado que si en Caracas yo conseguía algún trabajo, él iba a volver a la Argentina para graduarse de médico. La idea era que si estaba en Caracas un vendedor de caballos, amigo de un tío de Ernesto, él se regresaría con este hombre y sus caballos a Buenos Aires. De no ser así, entonces iríamos juntos a México.
1. CHÁVEZ: Hugo Rafael Chávez Frías (1954). Actual Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Militar de profesión. Comandó en 1992 un levantamiento militar contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, por lo cual sufrió prisión. Llegó al Gobierno a través de elecciones en 1998. En 1999 promovió un referéndum para aprobar una nueva Constitución. Vuelve a ganar la presidencia de Venezuela en el año 2000 (Salvo indicación de lo contrario todas las notas son de la Editora).
2. LA BASTILLA: Fortaleza construida entre 1370 y 1383, en París, Francia, durante el reinado de Carlos V. Fue utilizada después por el cardenal Richeliu como prisión del Estado. El 14 de julio de 1789 es asaltada por el pueblo; por lo que se considera la toma de la Bastilla como un símbolo del comienzo de la Revolución contra la monarquía francesa.
3. 26 DE JULIO: Ese día, en el año 1952, muere Eva Perón. En el año 1953, es asaltado el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, símbolo de la tiranía batistiana, por un grupo de revolucionarios encabezados por el joven abogado Fidel Castro Ruz.
4. EVA PERÓN: María Eva Duarte de Perón (1919-1952). Actriz y figura política argentina. Esposa del presidente Juan Domingo Perón. Supo ganarse la simpatía de su pueblo, que la bautizó como Evita. Su vida ha inspirado obras de ficción.
5. MOTOCICLETA: Se refiere a una vieja moto Norton de 500 centímetros cúbicos (cc) fabricada en 1932 Alberto la nombró la Poderosa II. En ella, él y Ernesto Guevara recorrieron 1 200 Km. desde Argentina hasta Venezuela, pasando por varios países sudamericanos.
6. FACÓN: Cuchillo argentino de larga hoja con un solo filo; en algunos casos, tiene un pequeño contrafilo. Puede ser utilizado técnicamente como arma de combate, aunque los gauchos lo empleaban también en labores de trabajo.
7. La Vorágine: Novela del colombiano Eustasio Rivera, cuya trama se desarrolla durante el tercio final del siglo XIX. Su argumento presenta la vida de los caucheros, la explotación de indios y mestizos, y la lucha por la supervivencia del hombre en la selva. Es considerada como el prototipo de la llamada novela de la tierra o de la selva.
CARACAS
-¿Cuándo llegaron a Caracas?
-Llegamos el 17.
-¿Cuántos horas estuvieron en el ómnibus?
-Casi veinticuatro horas, porque, además, se ponchó como catorce veces. Hay algo muy gracioso que ahora recuerdo: muchos años después de esta historia, fui a impartir unas conferencias sobre genética molecular en Venezuela y me encuentro en un periódico que una persona decía que, cuando él era joven, le había lustrado los zapatos al Che Guevara, en Barquisimeto. Es verdad que ahí estuvimos, pero brevemente y sin dinero. Recuerdo que vimos cómo algunos tomaban cerveza, mientras nosotros calmábamos la sed solo con agua. Llegamos como a las diez de la mañana del 17 de julio. Nosotros no teníamos dinero, y el Che, que yo sepa, jamás le pidió a nadie que le lustrara sus zapatos. Todavía hay gente que se acuerda de nosotros, ¡parece mentira!
De ahí salimos rumbo a Valencia, y hubo más reventones de las gomas. Mientras esperábamos por el arreglo del camión, decidimos tomarnos unos mates y nos acercamos a una casita pegada a la carretera. Nos llamó la atención encontrar a una familia de negros, porque en la zona andina apenas se ven. Recordamos a Rómulo Gallegos, que había escrito una novela, Pobre negro, y a algunos de los lugartenientes de Bolívar, también de raza negra.
-¿Qué pinta llevaban en ese viaje?
-Nuestra pinta era terrible. Imagínate, después de ocho meses por carretera y por todas partes, con casi nada de ropa. Llegamos a una casa recomendada, de un amigo nuestro, que nos llevaría a ver a una trabajadora social argentina muy brillante y que estaba haciendo muy buen trabajo en Venezuela.
-¿Recuerda cómo se llamaba?
-Sí, cómo no, Margarita Calvento, la tía de un amigo de Ernesto. Ella nos atendió cuando llegamos a Caracas. El Che venía con un ataque de asma terrible. Entonces tuvimos que parar en un lugar que se llama Caño Amarillo, donde las pensiones estaban llenas de piojos y no tenían ni baños, ni nada. Nos bajamos ahí para hervir la jeringuilla y ponerle una adrenalina a Ernesto, porque estaba muy atacado. Lo inyecté. Él se quedó ahí solo después, y comentó en su diario que me extrañaba. Yo planché mi traje y fui a la Embajada de Argentina.
Luego de largas caminatas, pude contactar con algunos funcionarios de la embajada. Escribí en mi Diario que “eran verdaderos témpanos de hielo, disfrazados de hombres y con temor patológico a que les fueran a pedir dinero para comer”. Recogí las cartas que tenía allí a mi nombre, porque las de Ernesto no me la quisieron dar. “Tras escuchar tres o cuatro veces la retahíla de lo difícil que es la vida en Venezuela, y la conveniencia de que dejemos el país lo más rápido posible, antes de que se nos agote el poco dinero que por mi aspecto se imaginaba que debemos tener, me fui casi sin despedirme, pues iba a terminar por mandarlos a la mierda”, escribí en mi Diario.
Cuando volví a la pensión, Ernesto estaba algo repuesto y fuimos a Margarita, que resultó ser un amor de persona. Nos hizo un opíparo almuerzo-cena y cuando íbamos a regresar a Caño Amarillo, ella nos dijo: “No, cómo van a ir a ese lugar, los pueden apuñalear.” Y decide ayudarnos: “Les voy a dar una recomendación para una amiga mía que trabaja en la pensión de la Juventud Católica de Venezuela”. Nos dio el teléfono y la dirección de la pensión, que quedaba en la urbanización El Silencio, por la calle Urdaneta. Cuando la dueña de la pensión nos vio con la pinta que teníamos, inmediatamente llamó por teléfono a Margarita y le preguntó: “Margarita, ¿y estos señores que están aquí, que dicen ser el bachiller Guevara y el doctor Granado, usted los mandó, verdad?” “Sí, sí”, -dice Margarita. “No se fije en el aspecto que tienen. Es que vienen de un viaje muy accidentado”. Claro -le dio su vaselina-, porque la mujer no podía creer que yo fuera doctor y que Guevara fuera bachiller.
-¿Y cómo iban vestidos?
-Yo tenía todavía las mismas camperas1 con que salí de Argentina en enero de 1952, y, además, un traje blanco, y un saco que me había regalado el doctor Hugo Pesce, el reconocido especialista en lepra que habíamos conocido en Lima. Yo creía que aquel trajecito me quedaba muy bien, pero parece que no era así, por la cara que puso la mujer. Inmediatamente nos dio una habitación, estuvimos ahí conversando, y por esas cosas de la vida, como que a mí me pasan mucho, porque el que se mueve mucho, le pasan mucho esas cosas, me encuentro con un muchacho que era estudiante de abogacía, que pertenecía al COPEI,2 derechista completo, pero muy culto. Empezamos a conversar. Ese muchacho sería, mucho después, embajador de Venezuela aquí en Cuba.
-Gonzalo García Bustillo. Siendo embajador de Caldera,3 recibió a Chávez en su casa en La Habana, cuando vino por primera a vez a Cuba, en 1994.
-Él nos hizo un obsequio tremendo: nos pagó la entrada al fútbol, porque en esos días había una competencia entre el Real Madrid de España y los Millonarios, que era un equipo formado, casi todo, por jugadores argentinos. La entrada más barata costaba cinco bolívares, y nosotros no teníamos para eso. Él nos regaló las entradas. Así que para nosotros fue un gran regalo.
-¿Y de qué discutieron con García Bustillo?
-Lo primero que hicimos fue decirle que éramos ateos. Imagínate, en aquella pensión para niños católicos. Después empezamos a hablar sobre la política de Perón.4
Él tenía unas concepciones muy favorables a Perón y nosotros, no. Ernesto era más parco que yo en este aspecto, pero yo era antiperonista convencido, más bien por cuestiones de la política exterior. Reconocía muchas cosas que había hecho Perón con respecto a los peones, a la mujer y al niño. La fuerza de la derecha en el peronismo, en ese tiempo, la tenían los tacuaras,5 puros nazis, que aspiraban a que Perón diera un giro y se fuera del poder, y que Alemania ganara la guerra. Entonces, por ahí entró la discusión.
-¿García Bustillo también vivía en la pensión?
-Sí, porque era estudiante en aquel tiempo…Yo creo que era más o menos de la edad de nosotros. Él estaba en segundo año de la carrera de abogado. Por supuesto, también hablamos mucho de fútbol. La conversación derivó hacia el deporte, porque creo que en temas políticos el tono se estaba subiendo un poco. Era buen discutidor y yo también. Ernesto trataba de equilibrar la discusión, y explicó que había hecho un viaje en barco desde Buenos Aires hasta las Antillas, conocía un poco cómo vivía la clase obrera antillana y, entonces, en eso apoya un poco a Perón, ¿no? Tú sabes que Ernesto era implacable con los mentirosos. Lo que él no le toleraba ni a Evita ni a Perón era que todo lo envolvían con una aureola mentirosa.
1. CAMPERAS: Botas de media caña.
2. COPEI: Comité de Organización Política Electoral Independiente. Partido de tendencia socialcristiana fundado en Caracas, en 1946, por Rafael Caldera. Indistintamente se le denomina Partido Social Cristiano, Partido Demócrata Cristiano o Democracia Cristiana.
3. CALDERA: Rafael Antonio Caldera Rodríguez (1916). Abogado, político y sociólogo venezolano. Fundador de COPEI. Presidente de Venezuela en dos ocasiones: (1969-1974) y (1994-1999).
4. PERÓN: Juan Domingo Perón (1895-1974). Militar, político, escritor y estadista argentino. Fundador del Peronismo o Movimiento Nacional Justicialista. Presidente de Argentina en tres ocasiones: (1946-1952), (1952-1958) y (1973-1974).
5. TACUARAS: Movimiento Nacionalista Tacuara. Movimiento católico nacionalista de ultraderecha argentino, afín al nazismo, que tuvo un ideario de corte antisemita, anticomunista y antidemocrático.
Gallegos, Rómulo. Pobre negro, Madrid : Aguilar, 1971. Pobre negro fue escrita en 1937 y abarca el extenso período histórico entre la abolición de la esclavitud y el fin de la Guerra Federal, en Venezuela. En las haciendas cacaoteras de Barlovento, Gallegos entremezcla y enfrenta al negro y el blanco, en su centenaria relación de dominación y atracción, que caló en el mestizaje y el tambor de la costa. A pesar de describir como ninguno los escenarios, costumbres, razas y etnias venezolanas, en el fondo, deja traslucir cierta parcialidad hacia la preeminencia de la aristocracia blanca y mantuana. Visión también presente en otras de las novelas de Gallegos, como Doña Bárbara.
JACINTO CONVIT
-Otro de los recuerdos, también, muy lindo que tengo de aquel período, fue el encuentro que tuve con el doctor Jacinto Convit, que era el jefe de la lucha antileprosa en Venezuela. Fue el 19 de julio. Yo llevaba dos cartas de recomendación de un leprólogo argentino, el doctor Hugo Pesce: una para un profesor de la universidad y otra, para Convit.
Cuando fuimos a la universidad, la vimos toda rodeada de policías. En esa etapa gobernaba con mano dura Marcos Pérez Jiménez.1 En ese período en que nosotros hicimos el viaje, desde Carlos Ibáñez,2 en Chile, hasta Pérez Jiménez, en Venezuela, todos eran generales impuestos por la CIA.3 Así que cuando llegamos ahí y vimos cómo estaba la universidad, llena de policías, no nos dio ganas de entrar. Después me enteré que el profesor al que íbamos a ver había tenido que renunciar y se había ido a Canadá, por ser “democrático”, así, democrático entre comillas, pero obviamente más decente que Pérez Jiménez.
Fuimos entonces a visitar a Jacinto Convit, que nos recibió bastante bien. Yo andaba con un aspecto que parecía cualquier cosa, menos un investigador, un bioquímico. Afortunadamente, era un tipo muy inteligente y se dio cuenta de que yo algo sabía y que estaba un poco por encima del nivel de los que había en el leprosorio, del cual él dirigía una parte. Empezó a hacerme unas preguntas, así como de paso, como en una consulta ¿no?, y las contesté todas. Yo aspiraba, nada menos, que a hacer una vacuna contra la lepra. Le conté que iba a trabajar en un leprosorio en Argentina y que había estado, durante el viaje, en el Hospital San Pablo (Perú). Eso le gustó. También se admiró cuando le hablamos de que Ernesto había atravesado un río peligrosísimo, a nado. Él era un señor muy tranquilo, muy sedado, para él era una cosa muy extraordinaria.
-¿Y qué hizo Ernesto durante ese encuentro?
-Sí, pero él estaba un poco alejado…
-¿De la conversación?
-Sí. Bueno, me ofrecieron 500 bolívares, que era una suma bastante grande para nosotros y alojamiento en el Hospital. Puse una cara de que lo iba a pensar… y Ernesto abrió los ojos, como diciendo “acéptalo o te mato.”
-Y lo aceptó, por supuesto.
-En ese momento no. Seguí un plan táctico que me había fijado, y le dije que lo iba a pensar, y puse la mejor cara que pude, a pesar de las señas desesperadas de Ernesto. Por supuesto, poco después acepté. El doctor Convit me dijo que fuera al hospital. Nos entrevistamos en Caracas, pero el hospital quedaba en Cabo Blanco, La Guaira, cerca del aeropuerto de Maiquetía. Ahora creo que es un centro geriátrico… Bueno, pues dos o tres días después volví a ver, acepté el trabajo y el 21 de julio nos fuimos al leprosorio por una carretera que tenía 365 curvas. Recuerdo que el conductor de la camioneta del leprosario, que nos llevó a Cabo Blanco, nos contó que esa carretera la habían construido presos políticos en tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, y que había hecho siguiendo las huellas de una mula. La cantidad de curvas le daban credibilidad a ese historia.
-Ernesto lo acompañó.
-Sí. El hospital era una verdadera casa de brujas. Feo, sin pintar, desvencijado, pero estaba pegado a una playa de arenas blanquísimas, precios, donde nos bañamos después de entrevistarnos con el doctor Convit y con la doctora Norma Blumenfeld, que era la jefa del laboratorio.
-¿Y cómo se prepara el viaje de regreso de Ernesto a Buenos Aires?
-Eso fue antes. El 18 de julio vimos al amigo del tío del Che -por cierto, ¿usted sabe que el Che tenía veintidós tíos?-. Ese señor compraba caballos de carrera en Argentina y los vendía en Estados Unidos, donde compraba otros para venderlos en Maracaibo. Viajaba en un avión que hacía el recorrido Buenos Aires-Caracas, Caracas-Miami, Miami-Maracaibo-Buenos Aires. Esta era la opción más barata para el viaje del Che, y fuimos a ver al comerciante. Le pedimos que ayudara a Ernesto a regresar a la Argentina. Como ya te conté, me había comprometido con Celia, la mamá de Ernesto, a regresarlo a nuestro país para que terminara la carrera de Medicina. Pero el señor nos dijo que hacía falta una visa de transito en Estados, pues el avión hacía escala en Miami, antes de volver para la Argentina.
Dio la casualidad que Margarita Calvento, nuestra hada madrina, era muy amiga de un periodista de la UPI,4 de apellido Leguizamón, un tipo derechista a muerte, que como es lógico tenía buenas relaciones con la embajada norteamericana. Al hombre, sin embargo, le pareció linda la aventura que habíamos vivido, y el 20 de julio llevó a Ernesto a la embajada yanqui, y le consiguió la visa. Ese mismo día Margarita nos invitó, junto a otra persona de su familia y a dos trabajadoras sociales argentinas que ella conocía, a despedir a Ernesto y a agradecerle al periodista la ayuda. Cuando empezamos a hablar mal de los yanquis, dice el tipo: “Es una lástima que en 1806 los criollos venezolanos derrotaron a los ingleses. Si no hubiera sido así estaríamos como Estados Unidos”, y yo le respondí: “O como los indios, que tienen un 90 por ciento de desnutrición y analfabetismo y hace 500 años son colonia inglesa”. Ernesto saltó entonces: “Pues yo prefiero ser indio analfabeto que norteamericano millonario.” Y empezamos a discutir. Me acuerdo que en un momento dijo: “Yo soy un Roca” el apellido de un presidente de la República,5 ¿no?, y entonces yo le contesto: “Ah, ¿el asesino de indios?” Roca había acabado con los indios del sur. Bueno, por poco le manda a quitar la visa a Ernesto, cosa que no ocurrió, claro.
1. MARCOS PÉREZ JIMÉNEZ: Marcos Pérez Jiménez (1914-2001) Militar y político venezolano. Presidente de Venezuela entre 1952 y 1958. Proclamado Presidente para el periodo entre 1958 y 1963, es derrocado por un movimiento cívico militar que lo obliga a huir del país en enero de 1958.
2. CARLOS IBÁÑEZ DEL CAMPO: Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960) Militar y político chileno. Presidente de Chile en dos ocasiones: (1927-1931) y (1952-1958). En su primer mandato ejerció una férrea dictadura. En su segundo mandato derogó la ley de Defensa de la Democracia que proscribía al partido Comunista.
3. CIA: Central Intelligence Agency (Central de Inteligencia Americana). Es la agencia de inteligencia más conocida en el mundo. Creada en Estados Unidos en 1947, ha llevado a cabo, durante décadas, planes y acciones sistemáticos para derrocar los movimientos de izquierda en América latina; sobre todo, la Revolución cubana.
4. UPI: United Press Internacional. Agencia de noticias norteamericana creada en 1907. Fue la primera en brindar servicios de cobertura noticiosa a periódicos y radioemisoras de todo el mundo. Introdujo el servicio noticioso con fotografías y el de cables.
5. ROCA: Alejo Julio Argentino Roca (1843-1914). Militar y político argentino. Presidente en dos ocasiones: (1880-1886) y (1898-1904). Llevó a cabo la Campaña del desierto, proceso de purificación étnica con el que venció la resistencia de los pueblos originarios mapuches y causó un número considerable de víctimas.
ALBERTO SE QUEDA
-El 26 de julio de 1952 salió el Che para Miami. Allí se rompió el avión y tuvo que quedarse casi un mes en reparación, que se lo pasó Ernesto trabajando; limpiándole los pisos a una aeromoza de la que se hizo amigo en Miami; tomando café con leche gratis.
-¿Y mientras tanto usted qué hacía?
-Yo esperando noticias de él.
-¿En Caracas?
-Al día siguiente de la partida de Ernesto llamé por teléfono al hospital y me preguntaron: “¿Usted cuándo quiere regresar?” “Yo, mañana”, dije. En Caracas no tenía ni un centavo, no tenía dónde vivir. Me dieron un apartamentito ahí con los médicos que habían sido traídos al leprosorio, a donde no quería ir nadie.
-En La Guaira.
-Sí, en La Guaira. Todo en La Guaira. Me hice cargo del laboratorio clínico, porque yo había trabajado en un instituto muy famoso en Argentina, que había creado un laboratorio en San Francisco. Desde el punto de vista de los medicamentos, el leprosario venezolano era bueno, pero el aspecto estaba muy deteriorado, como te dije. Enseguida me metí a hacer trabajos de investigación que en ese tiempo estaban un poco de moda, pero que no se practicaban allí. Bueno, al año me gané una beca para estudiar en Italia.
-Seguía sin noticias de Ernesto.
-Hasta un día en que por fin llega el sobrino de Margarita Calvento, el amigo de Ernesto, que no tenía trabajo en Argentina, y me dice que el Che estaba en Miami con el avión roto. Durante un mes no me había escrito nada.
-¿Y después, qué le explicó?
-Que había pasado serias dificultades, porque el avión estaba roto. Que iba a la biblioteca y estudiaba mucho, que se alimentaba diariamente con café con leche, en un café-restaurante de una persona que de cuando en cuando le daba un poco más de comida. Supe después que a ese restaurante llegó un puertorriqueño, que empezó a decir horrores del Presidente Truman, y que lo oyó un agente del FBI. El Che tuvo que ponerse a buen recaudo. Él me mandó a decir que lo esperara, para otro viaje. Pero, claro, como todo el mundo sabe, en lugar de venir a Caracas, a La Guaira, a encontrarse conmigo, se fue después a Guatemala. Así que ese fue el período de estancia en Caracas.
-¿Y usted se sentía responsable por Ernesto?
-Al principio sí, después no, porque Ernesto maduró extraordinariamente y luego él era casi mi tutor. ¿Tú viste la película, Diarios de motocicleta?1
-Claro.
-En la película se nota esto un poco. Fue algo que quise resaltar mucho. En el viaje maduró con mucha más velocidad que yo. Al principio, hasta cuando nos encontramos con los mineros chilenos de Chuquicamata, era yo el que dirigía la batuta. De ahí en adelante es Ernesto el que va decidiéndolo todo… Cuando lo monté en el avión, que supuestamente lo habría llevado a Buenos Aires, ya sabía que era un hombre muy especial… Siempre lo había admirado mucho, y, además, tengo el orgullo de que siempre lo defendí, desde que tenía quince años y hablaba como un viejo de veinticinco. Me di cuenta de que era un muchacho muy diferente. No un Supermán ni un dios de la naturaleza, pero era muy inteligente y muy tesonero, con una capacidad para meterse en las cosas más temerarias, desde muchachito. Y después, cuando fue ministro2 aquí, también lo demostró.
Fíjate, mi gran preocupación era que se graduara. Con su extraño método de estudio y con su rara capacidad e inteligencia, pudo aprobar entre 11 ó 12 asignaturas que tenía pendientes, en menos de un año. Che se graduó como médico en marzo de 1953. Cuando esto ocurre, organiza otro viaje a Venezuela para encontrarse conmigo y discutir si seguíamos de recorrido, o se dedicaba a la investigación en el leprosario de Cabo Blanco. No quería pedir dinero a nadie. Con dos o tres compañeros tomó un tren, que va desde Buenos Aires hasta La Paz, unos 6 000 kilómetros de viaje. Un tren lechero que va parando en todas las ciudades, grandes y pequeñas. Atravesó otra vez el Lago Titicaca -ya él había estado conmigo en su primer viaje por Sudamérica-, y siguió por toda la costa, porque quería llegar a Venezuela lo antes posible.
-¿Qué le impidió llegar?
-Al llegar a Guayaquil, se encontró con el abogado argentino Ricardo Rojo, que se había fugado espectacularmente de una comisaría porteña. Él le habla de lo que estaba sucediendo en Guatemala, país en el que el gobierno progresista de Jacobo Arbenz se enfrentaba a las presiones internas y a las amenazas de Estados Unidos. Entonces, Ernesto, decide ir a Guatemala con Rojo y otros argentinos, en lugar de continuar viaje hacia Venezuela, como inicialmente había decidido. Eso fue en octubre de 1953. Me mandó a Caracas, con Calica, una nota que decía: “Petiso, me voy para Guatemala. Después te escribo.”
-El Presidente Chávez lo llamó a usted desde Altagracia. Allá estaba con Calica, el amigo que acompañaría al Che a Venezuela. ¿Qué ocurrió realmente?
-Carlos Ferrer (Calica) era amigo, amigo de Ernesto. Con él comenzó el segundo viaje por Sudamérica, en el tren hacia La Paz, el 7 de julio de 1953. En Guayaquil se separaron. Calica siguió el viaje convenido a Venezuela, y lo atendí en Caracas. Estuvo un tiempo sin trabajo y lo ayudé para que pudiera subsistir. Pasábamos juntos los fines de semana en el leprosorio, y como este estaba pegado al mar, pues ahí íbamos, y también bailábamos y tomábamos un poco, hasta que consiguió trabajo. Yo en realidad tengo muy lindos recuerdos de esos días. Por supuesto, hablábamos de Ernesto, que ya tenía una fuerte personalidad, aunque en aquel tiempo lo mismo quería ser geólogo, que médico, que estratega militar. Tenía demasiada amplitud en su espectro, ¿no?, pero en todo lo que se ponía, se ponía con gran pasión. Eso es lo más importante. Y después, esa incapacidad de mentir a veces le planteaba pruebas difíciles. Como quiera, él no aguantaba ni a los mentirosos ni a los cobardes. (Que, entre paréntesis, para mí, la muerte de él en Bolivia, la precipitó un poco haber dejado que Regis Debray3 saliera del campamento. Después, ¿qué pasa? Que como los vio tan cobardes, les dijo prácticamente: “Sí, sí, váyanse, váyanse”.) Él siempre tenía razón, pero no es fácil que te digan la verdad así tan fríamente y no importaba si tú lo habías ayudado. Eso no era muy cómodo, ¿no?, pero para él era un asunto de principios.
1. DIARIOS DE MOTOCICLETA: Película dirigida por Walter Salles, estrenada en 2004. Tiene carácter biográfico, pues recrea el viaje de Alberto Granado y Ernesto Guevara por Sudamérica. El guión, escrito por José Rivera, se basa en los diarios de ambos amigos. El filme ha obtenido varios premios cinematográficos.
2. MINISTRO: Hace referencia a la responsabilidad que ocupó Ernesto Che Guevara (1928-1967) como ministro de Industria de Cuba desde 1959 hasta 1965, año en que el Che renuncia a sus cargos en la Isla y parte a continuar la lucha en otras tierras del mundo.
3. REGIS DEBRAY: Jules Regis Debray (1940) Intelectual francés, periodista, profesor. Participó en la guerrilla boliviana junto al Che. Era denominado con el seudónimo de Dantón. Tratando de llevar a cabo una misión, que se le encomendara, fue arrestado, torturado y encarcelado.
4. La cita original, tomada de El Diario del Che en Bolivia. (Edición autorizada) Ocean Press, 2005, aparece en las notas del 21 de marzo de 1967: “Me pasé el día en charlas y discusiones con el Chino, precisando algunos puntos, el francés (Regis Debray), el Pelao y Tania. El francés traía noticias ya conocidas sobre Monje, Kolly, Simón Reyes, etc. Viene a quedarse pero yo le pedí que volviera a organizar una red de ayuda en Francia y de paso fuera a Cuba, cosa que coincide con sus deseos de casarse y tener un hijo con su compañera.”
VENEZUELA ADENTRO
-Alberto, ¿qué tiempo estuvo usted en Venezuela finalmente?
-Yo me fui de Venezuela, para vivir en Cuba con mi familia, el 22 de marzo de 1961. Estuve allá casi ocho años.
-¿Y por qué se fue?
-Porque apareció la Revolución cubana, no hay otra explicación. Siempre había soñado con vivir en un país socialista; siempre había soñado con un lugar donde el investigador fuera mejor atendido que el vendedor de vinos, ¿no?, y entonces encontrarme eso era la disyuntiva. Estaba a pocos kilómetros de un país que todo lo que hacía era lo que yo había soñado, que, además, en la dirigencia había un tipo que era de gran confianza: Ernesto. No vivir esa experiencia habría sido una estupidez. Aunque te digo, yo económicamente estaba muy bien en Venezuela.
-¿Trabajó todo el tiempo en La Guaira?
-No, no. Fui profesor de bioquímica y luego director del Departamento de Ciencia Fisiológica de la Universidad Central de Caracas. Además, ahí el hecho de tener la cátedra me ayudó también económicamente para el laboratorio. Yo recorrí en casa rodante toda Venezuela: los Andes, el Orinoco. Tú eres cubana, ¿no?
-Soy cubana, pero sé que me está hablando de muchos kilómetros recorridos…
-Me fui de Venezuela en el año 1961. Poco después de mi llegada ocurrió la ruptura con la OEA1 y, los que vivíamos aquí, no podíamos ir a América Latina, hasta el año 1973 en que Carlos Andrés Pérez2 restableció las relaciones. Entonces regresé a Venezuela. Vi a los hermanos de Delia (su esposa), que son ingenieros, y recorrimos toda Venezuela, todos los Andes; salimos de Caracas, llegué hasta Mérida y de Mérida hasta San Cristóbal; de San Cristóbal fui al Táchira. Luego, por todo el Orinoco hasta Puerto Ordaz, allí tengo un cuñado; después, para Margarita. Íbamos en dos casas rodantes y un auto.
¿Sabes que Calica también estuvo varios años en Caracas, pero en una actividad completamente distinta a la mía? Nos encontramos varias veces antes de casarme con Delia; después él siguió soltero por su lado y yo casado por el mío. Te cuento esto porque Chávez quiere que haya un intercambio entre nosotros dos.
-¿Usted ha sacado la cuenta de cuántos kilómetros ha recorrido en su vida?
-Uhhhhhhhh… Son unos cuantos.
-¿Y cuántos medios de transporte ha utilizado?
-De todo, de todo, por carretera, por aire, por mar, por río… Desde un avión hasta una balsa. Por el Amazonas fuimos en la Mambo-Tango, la balsa que ayudaron a construir los leproso de San Pablo. Lo único que no hice fue atravesar ese tipo de río a nado. Cosa que hizo Ernesto, quien me tenía guardadito que iba a cruzar el Amazonas a nado… Ese tema ni lo toquemos, porque yo casi me muero. Imagínate, un lugar donde hay cocodrilos, pirañas, lampalagua. La lampalagua es una serpiente que es capaz de tragarse a un venado, ¿no?; ¡Qué te vas a tirar al agua! Hasta el día en que llegó Ernesto y se tiró.
-¿Y eso fue lo más osado que él hizo al lado suyo?
-Y lo de las líneas… Colgarse en las líneas de los ferrocarriles. También.
-¿Cómo?
-Hay unos puentes, que les dicen los puentes negros, por donde pasan los ferrocarriles. Tienen unos travesaños de 25 centímetros. Muy peligrosos. Todo el mundo andaba por ahí cuidándose mucho. Pero él buscaba lo más difícil: se colgaba de una especie de baranda que quedaba más alta, y luego se tiraba a las lagunas de agua desde de una altura cuatro metros.
-¿Y eso era para impresionarlo a usted?
-No, no, a mí no. A las muchachas. Cuando íbamos de camping en Córdoba, se tiraba desde arriba de un árbol, a unas lagunas bajitas, donde si se descuidaba se rompía la cabeza.
-¿Y usted qué hacía?
-Yo estaba con Timoteo, mi papá, que disfrutaba aquellas locuras. Era todo muy irónico. Ernesto se tiraba en una lagunita así, bajita, que estaba junto un río inmenso. Nunca tuvo mucho sentido del peligro. ¿Tú no has oído hablar de que un día levantó al capitán Joel Iglesias, un muchachito, delante de los fusiles de los guardias y no le tiraron?
-Fue en el combate de Fomento, en 1958… Joel, herido, cayó en un lugar cubierto por el fuego enemigo. Iglesias creía que se iba a morir y llamó al Che.
-Eran cosas increíbles.
-Fidel relata en el libro de Ignacio Ramonet3 la temeridad de Ernesto, y su preocupación en la Sierra Maestra, porque era siempre el primero en todos los combates…
-En cualquier acción el primer voluntario era él. Lo conocí a los catorce años. Ya no era tan niño. De esa etapa recuerdo que también demostraba una profundidad tremenda en los análisis de la literatura que leía. Yo tenía veinte. Catorce y veinte no son lo mismo que cincuenta y cincuenta y seis. Son seis años igual, pero la diferencia es mucho mayor, y me asombraba, por ejemplo, la forma en que él, a esa edad, interpretaba a Federico García Lorca.
-¿Qué leían de Lorca?
-No leíamos juntos, sino que conversábamos de literatura y discutíamos. Recuerdo sus interpretaciones de “verde que te quiero verde…”4 Para mí entonces no pasaba de una frase poética bastante lograda. Él iba más allá. A él le gustaba mucho Neruda,5 y a mí, el argentino Almafuerte,6 que a él no le gustaba. Le gustaba mucho Domingo Faustino Sarmiento7 pero a mí no. Él tenía cosas así muy definitorias, a los catorce años. ¿Te imaginas? En los Apuntes de lecturas (redactados en México entre 1954 y 1956), Ernesto escribió una nota sobre Sarmiento que es extraordinaria: “De su obra histórica habrá que recordar su amor por la educación popular; de su obra política, la entrega de la Argentina a la voracidad imperialista de los ferrocarriles; de su obra literaria, la que hará que su nombre sobreviviera aun cuando todo lo demás quedara olvidado, el Facundo”.
1. OEA: Organización de Estados Americanos. Tiene su sede en Washington, DC, Estados Unidos, y oficinas regionales en los distintos países miembros. Actualmente la Organización está compuesta de 35 países.
2. CARLOS ANDRÉS PÉREZ: (1922) Político venezolano. Presidente de la Venezuela en dos ocasiones: (1974-1979) y (1989-1993). Primer Presidente en Ejercicio, que fue separado de sus funciones públicas en 1993 por la entonces Corte Suprema de Justicia, acusado de malversar fondos públicos. Durante su última gestión presidencial se sucedieron una serie de acontecimientos (1989, 1992) que evidenciaron el agotamiento de un modelo político del cual él mismo era uno de sus máximos representantes.
3. EL LIBRO DE IGNACIO RAMONET: Se refiere a Cien horas con Fidel, entrevista realizada por el intelectual francés, director de Le monde diplomatique al Comandante en Jefe Fidel Castro y editada por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, de Cuba, en 2006.
4. “VERDE QUE TE QUIERO VERDE…”: Primer verso del “Romance sonámbulo”, incluido en el Romancero gitano, del poeta, dramaturgo y prosista español Federico García Lorca (1898-1936).
5. NERUDA: Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto (1904-1973). Poeta y escritor chileno; uno de los más importantes de la lengua española durante el siglo XX.
6. ALMAFUERTE: Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917), poeta argentino que utilizó varios seudónimos, pero el más reconocido fue Almafuerte. Su obra más recordada es el segundo de los “Siete sonetos reparadores”, incluidos en el Cantar de los cantares, titulado “¡Piú Avanti!”
7. DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO: Sarmientos (1811-1888), político y escritor argentino, presidente de la Argentina entre 1868 y 1874. Autor de Facundo o civilización y barbarie, 1845, que trata sobre el caudillo riojano Facundo Quiroga y las diferencias entre los federales y unitarios.
DELIA
-¿Dónde conoció usted a Delia, su esposa?
-La conocí en el leprosorio, trabajamos juntos, ella era enfermera… Nos conocimos, me enamoré rápidamente. Me le declaré a Delia el 10 de diciembre de 1955.
-¿Y por qué ese día?
-Porque estaba en una fiesta y la luna me inspiró.
-Pero ya usted le había guiñado un ojo…
-Ya, ya… La había invitado a ir en mi carro, pero no me aceptaba, porque era muy seriecita.
(DELIA INTERVIENE EN LA CONVERSACIÓN)
-Muy seriecita no, Alberto, porque la cantidad de mujeres que estaban detrás de ti no era fácil.
-¡Ah!, ¿porque era enamoradizo?
(DELIA VUELVE A ACOTAR)
-¿Era? Ahora se va para el círculo de las abuelas,1 donde el único gallito viejo es él. Se afeita, se perfuma y se va a ver a las viejecitas.
-Hay que corresponder a los dictados de la Revolución. Hay que hacer gimnasia, hay que hacer gimnasia…
-¿Qué hacía Delia en el hospital?
-Trabajaba en el laboratorio.
-Entonces se enamoraron y se casaron.
-Nos casamos el 21 de abril de 1956. Nuestro primer hijo, Alberto Granado Duque, nació el 9 de enero de 1957, y otra hija, Delia Adelina, el 21 de marzo de 1959. Los dos en Venezuela. Y la más chiquita, Roxana, en Cuba, el 21 de julio de 1964.
-¿A Venezuela han regresado juntos?
-Sí, sí, hemos estado… Primero, en Mérida. Después, en el sur, en Paraguaná, haciendo algunos trabajos sobre el uso de los marcadores genéticos para la producción de leche en el Trópico. La última vez estuvimos, Delia y yo, en Caracas.
CÍRCULO DE ABUELAS: Se refiere al Círculo de Abuelos. Programa estatal cubano de atención al adulto mayor; prioridad para el gobierno revolucionario y el sistema de atención social y de salud de Cuba.
EL REENCUENTRO. TRIUNFA LA REVOLUCIÓN
-¿Cómo usted descubre que Ernesto es uno de los principales líderes de la Revolución?
-Lo habían dado por muerto. Casualmente aquel periodista que yo te dije que era de la UPI, cuando se entera de que hay un médico argentino muerto en el desembarco, deduce que es Ernesto Guevara, y saca un artículo diciendo: “Muerto médico argentino al desembarcar en Cuba.” Yo llamé a la mamá del Che y ella me dice que no, que ella sabía que no estaba muerto. “El está vivo, él está bien”, me dijo.
En esos años, en Caracas y en otras capitales, se organizaron grupos para recaudar dinero y armas para la Sierra.1 En Venezuela, el movimiento se llamó “El Bolívar sube a la Sierra”. Tenía que ver, por supuesto, con el bolívar, la moneda, y también, con la idea de que El Libertador seguía peleando en la Sierra, que era donde estaba Fidel. Me vinculé a ese movimiento. Esa fue la contribución que yo hice en ese momento.
-¿Usted colaboró económicamente?
-Sí.
-¿Tenía noticias de Ernesto?
-Ninguna, hasta después del triunfo de la Revolución. A los pocos días de enero de 1959 viene Fidel a Caracas. Resulta que llega Fidel, pero el amigo mío no aparece. La gente pensaba que eran mentiras mías la amistad que yo tenía con Ernesto, y afortunadamente él me mandó una carta que la tengo ahí, donde me explica por qué no había venido a verme y que pronto iba a hacerlo.
-¿Qué dice la carta?
Departamento Militar de la Cabaña,
La Habana, 11 de marzo de 1959.
“Mial (me decía Mial, por Mi Alberto):
No por esperada tu carta me resultó menos agradable. No te escribí enviándote a esta mi nueva patria; porque pensaba ir con Fidel a Venezuela. Acontecimientos posteriores me impidieron hacerlo. Pensaba ir un poco después y una enfermedad me retiene en cama. Espero poder ir dentro de un mes aproximadamente.
Tan presentes estaban ustedes en mi pensamiento, que exigí cuando me invitaron a Venezuela, un par de días libres para pasarlos con ustedes. Espero que pronto sean estos deseos realidades.
No te contesto tu filosofía barata de la carta porque para eso hace falta un par de mates, una empanadita y algún rincón a la sombra de un árbol. Allí charlamos.
Recibe el más fuerte abrazo que la dignidad de machito te permita recibir de un ídem.
Che“.
-Pero él no vino a Caracas.
-Posteriormente tuvo otro problema, y no pudo venir. Me doy cuenta de que ya Ernesto era el Che Guevara, y aunque sigue siendo amigo, no puede eludir sus responsabilidades. Entonces, decidí venir por mi cuenta, solo, sin avisar ni nada.
-Eso fue en 1960.
-El 23 ó 24 de julio de 1960. Yo llegué al hotel Flamingo, y el administrador no me quería cobrar la habitación, y por eso casi lo fusila el Che. Casi inmediatamente después de mi llegada a La Habana, me fui al Banco Nacional. Me recibió Salvador Vilaseca y me dice que el Comandante estaba recibiendo clases de Matemática -mira qué casualidad- y añade: “El Comandante cuando recibe clases no atiende a nadie.” Le digo: “Dígale que está aquí el petiso Granados” -él me decía petiso, que quiere decir chiquito, bajito-. Imagínate qué emoción.
Al rato aparece Ernesto y me dice: “¿Qué dice el insigne profesor Granados?” “Bueno, esperando que el espíritu del Comandante Guevara me atienda”, le respondo. Imagínate, no es lo mismo hablar de viajes y del drama de una motocicleta que encontrarse con el Comandante Guevara. Delia, que iba conmigo, se puso muy nerviosa.
(DELIA RECORDANDO ESE MOMENTO)
-No solamente por ser quién era, sino porque además era bello. Me impresionó. Yo le dije a Alberto: “Mira qué belleza de hombre me está mirando.”
-Y yo sabía que ante él no me podía descuidar mucho (Risas). La cosa es que a ella, nerviosa, se le cae un arete. Ernesto se agacha, lo recoge, lo mira así, y me dice: “Ay, pero si es plata sin p”. Plata sin p, es lata. Los aretes eran de fantasía. Y añade: “Te felicito.” Si me hubiera casado con una mujer enjoyada, no me hubiera felicitado.
(DELIA INTERVIENE NUEVAMENTE EN LA CONVERSACIÓN)
-Al Che no le gustaba ni un poquito la gente ostentosa.
-¿Ahí planificaron para que ustedes vinieran a vivir a Cuba?
-No, ahí planificamos mi viaje a la Sierra Maestra para conocer a Fidel, cuando se inauguró la escuela de maestros en Minas de Frío. Ernesto no me podía acompañar porque él tenía que irse al occidente. Le digo: “Bueno, me tendrás que prestar un auto.” Me responde: “Está bien, te lo voy a prestar porque no hay otra forma de llegar a tiempo. Pero la gasolina la pagas tú. Tú, que estás en Caracas ganando dinero.” Era un tipo terrible.
En 1960, me dedicó su libro Guerra de Guerrilla, con una nota preciosa: “Alberto, para que tengas esperanzas de no acabar tus días sin sentir el olor de la pólvora y el grito de guerra de los pueblos, una forma sublimada de recibir emociones fuertes, no menos interesantes y más útil que la utilizada en el Amazonas”.
Cuando vine definitivamente en 1961-recuerda que se habían ido para Estados Unidos más de 3000 médicos- traje el auto, traje un laboratorio pequeño, los muebles, todo. Después, cuando empecé a buscar una casa vacía, me dice Ernesto: “¿Pero cómo traes tantas cosas, si aquí la gente se fue y dejó todos los muebles? Es imposible encontrar una casa vacía.” Le dije: “No, yo traje todo.” Dice: “¿Y para qué trajiste los muebles?” Digo: “Para que no digas después… ¿Acaso no te conozco yo a ti? Para que no digas después: Granados vino aquí a hacerse rico con lo que habían dejado los gusanos.”
-Pero cuénteme un poco más de ese primer encuentro con Fidel, en Minas de Frío.
-A mí lo que me impresionó fue el discurso que hizo en la Sierra Maestra.
-¿Por qué?
-Porque decía cosas que yo siempre había soñado que había que decir. Yo no pertenecía a ningún partido político, pero sí entendía cuando se hablaba de eliminar el analfabetismo, cuando se hablaba de salud, cuando se hablaba de la importancia del trabajo, cuando se hablaba de la libertad de expresión, de todas esas cosas que uno había soñado. Y él lanzaba ese tipo de ideas como si tuviera una ametralladora: una tras otra. Con decirte que antes de terminar le dije a Delia -estábamos sentados los dos en el suelo allá, frente a la tribuna: “Mira, Delia, este es el líder que yo creía que no existía. Yo me vengo para Cuba.”
Afortunadamente Delia me acompañó, porque no era un momento fácil. Ya en esa época se sabía que se estaban preparando los mercenarios para invadir a la Isla; ya estaba, digamos, desatada la guerra de Estados Unidos. ¿Y si Delia me hubiera dicho: “pero cómo vamos a ir ahí; salir de Caracas que estamos tan bien, que tenemos la casa, que tenemos el laboratorio?”
(DELIA ACOTA)
-Y teníamos dos niños chiquitos. Esta niña (se refiere a su hija Delia Adelina) cumplió los dos años en el barco.
-Los cumplió en el hotel, Delia, que nos trajeron una torta.
(DELIA RECTIFICA ENTONCES)
-En el hotel hicieron la fiesta cuando llegamos. Tú tienes mejor memoria que yo.
-Usted había visto en Caracas a Fidel, pero de lejos; aquí lo vio cerca.
-Sí, aquí lo vi más cerca.
-¿Y entendió cuál era la empatía que había entre el Che y Fidel? ¿O todavía no?
-No, ya eso fue cuando nos volvimos a ver personalmente…
-¿El Ernesto que usted vio en La Habana era el mismo que usted conoció muy joven, o era otro?
-Sí, el mismo, solo que más profundo. Yo en sí lo noté más profundo y entendí perfectamente su decisión de irse a la lucha, primero en África, y luego en Bolivia.
-¿Se despidió de usted?
-En marzo de 1965, en los días de su “desaparición” para preparar el viaje al Congo, me dejó un libro de Manuel Moreno Fraginals (El Ingenio. Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964). En la primera página había escrito: “No sé qué dejarte de recuerdo. Te obligo, pues, a internarte en la caña de azúcar. Mi casa rodante tendrá dos patas otra vez y mis sueños no tendrán fronteras, hasta que las balas digan al menos. Te espero, gitano sedentario, cuando el olor a pólvora amaine. // Un abrazo a todos ustedes, inclúyeme a Tomás. Che”
-¿Quién es Tomás?
-Mi hermano mayor, Tomás Granado. Que había sido un gran amigo suyo, y a través de él nos conocimos. Tomás fue compañero del Che en el Bachillerato. Casualmente, Tomás vive ahora en Venezuela.
-¿Qué otro rasgo de Ernesto le llamó la atención después del reencuentro de ustedes en Cuba?
-La gran admiración y la enorme empatía que había entre él y Fidel. Y eso lo descubrí en 1960, cuando vine por primera vez a Cuba. Fíjate que cuando yo me iba, le dije: “Bueno, Ernesto, ya sabes, me vengo para acá”. Y como tenía total confianza con él, le pregunté: “¿Y a tu jefe, no le irá a pasar como a Betancourt2 o a tantos otros, que una vez en el poder se olvidan de que fueron revolucionarios?” Se puso muy serio y me dijo: “Petiso, por ese hombre vale la pena jugársela.”
Y aquí acabamos la entrevista. ¿Verdad, periodista?
-Pues, claro. Con una frase así…
-Pues, ¡clic!, que se apague la grabadora.
1. SIERRA: Se refiere a la Sierra Maestra, Cuba, lugar donde se desarrolló la lucha revolucionaria del Ejército Rebelde contra la tiranía batistiana desde diciembre de 1957 hasta el triunfo revolucionario del 1ro. de Enero de 1959.
¿2. BETANCOURT: Rómulo Betancourt Bello (1908-1981). Político y periodista venezolano. Presidente de Venezuela en 1945, y de 1959 a 1964?
ANEXOS
Venezuela en los diarios de Ernesto y Alberto
ERNESTO GUEVARA: HACIA CARACAS
Después de las habituales preguntas innecesarias, del manoseo y estrujamiento del pasaporte y de las miradas inquisitorias hechas con la suspicacia estándar de la policía, el oficial nos puso un sello inmenso con la fecha de salida, 14 de julio, e iniciamos el paso a pie del puente que une y separa las dos naciones. Un soldado venezolano, con la misma displicente insolencia que sus colegas colombianos -rasgo, al parecer, común a toda la estirpe militar-, nos revisó el equipaje y creyó oportuno someternos a un interrogatorio por su cuenta, como para demostrar que estábamos hablando con una “autoridad”. En el puesto de San Antonio de Táchira nos detuvieron un buen rato, pero solo para cumplir un trámite administrativo y seguimos viaje en la camioneta que nos llevaría a la ciudad de San Cristóbal. En la mitad del recorrido está el puesto de aduanas que nos sometió a una prolija revisión de todo el equipaje y nuestras personas. El famoso cuchillo que tantos líos provocara volvió a ser el leit motiv de una larga discusión que nosotros condujimos con maestría de experimentados en las lides con personas de tan alto nivel cultural como es un cabo de policía. El revólver se salvo porque iba dentro del bolsillo de mi saco de cuero, en un bulto cuya roña impresionó a los aduaneros. El cuchillo fatigosamente recuperado, era motivo de nuevas preocupaciones porque esas aduanas se repetían a lo largo del camino hacia Caracas y no teníamos la seguridad de encontrar siempre cerebros permeables a las razones elementales que dábamos. El camino que une los dos pueblos fronterizos está perfectamente pavimentado, sobre todo en la parte venezolana, y recuerda mucho a la zona de las sierras de Córdoba. En general, pareciera que en este país hay mayor prosperidad que en Colombia.
Al llegar a San Cristóbal se entablo una lucha entre los dueños de la compañía de transporte y nosotros que queríamos viajar en la forma más económica a posible. Por primera vez en el viaje triunfo la tesis de ellos sobre las ventajas de viajar en dos días en camioneta, en vez de hacerlo en tres, en ómnibus; nosotros, apurados por la necesidad de resolver sobre nuestro futuro y de tratar convenientemente mi asma, resolvimos aflojar los 20 bolívares de más, sacrificándolos en aras de Caracas. Hicimos tiempo hasta la noche visitando los alrededores y leyendo algo sobre el país en la biblioteca bastante buena que hay allí.
A las once de la noche salimos al norte, dejando tras nuestro todo rastro de asfalto. En un asiento donde tres personas estarían apretadas nos colocaron a cuatro de modo que no había ni que soñar en dormir; además una pinchadura nos hizo perder una hora y el asma seguía molestándome. Paulatinamente subimos hacia la cumbre y la vegetación se hacia mas rara pero en los valles se veían los mismos tipos de cultivo que viéramos en Colombia. Los caminos en mal estado de conservación producían pinchaduras a granel; varias se nos produjeron en el segundo día de viaje. La policía tiene colocados controles que revisan totalmente las camionetas de modo que nos las hubiéramos visto negras de no contar con la tarjeta de recomendación que portaba una pasajera; el conductor le atribuía todos los bultos a ella y asunto arreglado. Ya los precios de las comidas se habían hecho más caros y de un bolívar por cabeza había ascendido a tres y medio. Resolvimos ahorrar lo más posible, de modo que teníamos que ayunar en la parada que se produjo en la Punta del Águila, pero el conductor se apiadó de nuestra indigencia y nos dio una buena comida por cuenta de él. Punta del Águila es la parte más alta de los Andes venezolanos y alcanza 4.108 m. sobre el nivel del mar. Me tomé los últimos dos tedrales que me quedaban con los que pude pasar la noche bastante bien. En la madrugada el chofer paró para dormir una hora porque llevaba dos días seguidos de manejar ininterrumpidamente. Pensábamos llegar a la noche a Caracas pero nuevamente las pinchaduras nos retrasaron, además fallaba el inducido de modo que la batería no cargaba y hubo que parar a arreglar. Ya el clima se había trocado en uno tropical con mosquitos agresivos y bananas por todos lados. El último tramo que yo hice entre sueños, con un buen ataque de asma, está perfectamente asfaltado y parece ser bastante bonito (era de noche en ese momento). Clareaba cuando llegamos al punto terminal de nuestro viaje. Ya estaba derrotado, me tiré en una cama que alquilamos por 0,50 bolívar y dormí como tigre ayudado por una buena inyección de adrenalina que me colocó Alberto.
ERNESTO GUEVARA: ESTE EXTRAÑO SIGLO XX
Ya ha pasado lo peor del ataque asmático y me siento casi bien, no obstante, de vez en cuando recurro a la nueva adquisición, el insuflador francés. La ausencia de Alberto se siente extraordinariamente. Parece como si mis flancos estuvieran desguarnecidos frente a cualquier hipotético ataque. A cada momento doy vueltas a la cabeza para deslizarle una observación cualquiera y recién entonces me doy cuenta de la ausencia.
Sí, realmente no hay mucho de que quejarse; atención esmerada, buena comida, abundante también, y la esperanza de volver pronto para reiniciar los estudios y obtener de una buena vez el título habilitante, y sin embargo, la idea de separarme en forma definitiva no me hace del todo feliz; es que son muchos meses que en las buenas y malas hemos marchado juntos y la costumbre de soñar cosas parecidas en situaciones similares nos ha unido aún más.
Siempre con mis pensamientos girando en torno a nuestro problema me voy alejando insensiblemente de la zona céntrica de Caracas. Ya las casas residenciales se van espaciando.
Caracas se extiende a lo largo de un angosto valle que la ciñe y la oprime en sentido transversal, de modo que, a poco andar se inicia la trepada de los cerros que la circundan y progresista ciudad queda tendida a nuestros pies, mientras se inicia un nuevo aspecto de su faz multifacética. Los negros, los mismos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadido sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués. Y las dos viejas razas han iniciado una dura vida en común poblada de rencillas y pequeñeces de toda índole. El desprecio y la pobreza los une en la lucha cotidiana, pero el diferente modo de encarar la vida los separa completamente; el negro indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en “pegar unos palos”, el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aún independientemente de sus propias aspiraciones individuales.
Ya las casas de concreto han desaparecido totalmente y sólo los ranchos de adobe reinan en la altura. Me asomo a uno de ellos: es una pieza separada a medias por un tabique donde está el fogón y una mesa, unos montones de paja en el suelo parecen constituir las camas; varios gatos esqueléticos y un perro sarnoso juegan con tres negritos completamente desnudos. Del fogón sale un humo acre que llena todo el ambiente. La negra madre, de pelo ensortijado y tetas lacias, hace la comida ayudada por una negrita quinceañera que está vestida. Entramos en conversación en la puerta del rancho y al rato les pido que posen para una foto pero se niegan terminantemente a menos que se la entregue en el acto; en vano les explico que hay que revelarlas antes, o se las entrego allí o no hay caso. Al fin les prometo dárselas enseguida pero ya han entrado en sospechas y no quieren saber nada. Uno de los negritos se escabulle y se va a jugar con los amigos mientras yo sigo discutiendo con la familia, al final me pongo de guardia en la puerta con la máquina cargada y amenazo a todos los que asoman la cabeza, así jugamos un rato hasta que veo el negrito huido que se acerca despreocupadamente montando una bicicleta nueva; apunto y disparo al bulto pero el efecto es feroz: para eludir la foto el negrito se inclina y se viene al suelo, soltando el moco al instante; inmediatamente todos pierden el miedo a la cámara y salen atropelladamente a insultarme. Me alejo con cierto desasosiego, ya que son grandes tiradores de piedras, perseguido por los insultos del grupo, entre los que se destaca, como expresión máxima de desprecio, éste: Portugueses.
A los lados del camino se ven colocados cajones de transporte de automóviles que los portugueses usan como viviendas, uno de ellos habitado por negros, se alcanza a ver un reluciente frigidaire y en muchos se escucha la música de las radios que los dueños ponen con la máxima intensidad posible. Automóviles relucientes descansan en las puertas de viviendas completamente miserables. Los aviones de todo tipo pasan sembrando el aire de ruidos y reflejos plateados, y allí a mis pies, Caracas, la ciudad de la eterna primavera, ve amenazada su centro por los reflejos rojos de los techos de tejas que convergen hacia ese punto mezclado con los techos planos de las construcciones de estilo moderno, pero hay algo que permitirá vivir al anaranjado de sus edificios coloniales, aún después de haber desaparecido del mapa: su espíritu impermeable al mecanismo del norte y reciamente fincado en su retrógrada condición semipastoril del tiempo de la colonia.
Tomado de Ernesto “Che” Guevara: Notas de viaje, Fondo Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, 1993. pp-110-114.
ALBERTO GRANADO: UN RÁPIDO ABRAZO
Caracas, 26 de julio de 1952
Las manos apretadas en señal de despedida se niegan a soltarse. Ambos protagonistas de la separación tratan con muy poco éxito de disimular la emoción que los domina. Muchos son los hechos acaecidos, y muchos mas aún los sueños por hacer realidad, los que como una fuerza atractiva mantienen unidas esas manos. Juntas han ido desbrozando caminos, eliminando obstáculos opuestos a veces tercamente a la realización de propósitos, uno de los cuales acaba de ser culminado con éxito.
Al fin, casi al unísono, las manos se separan para dar paso a un rápido abrazo. Luego, la despedida breve que impide la manifestación exagerada de la emoción cierta, pero ruborosamente contenida.
-Te espero, Fúser.
-Nos juntaremos, Mial.
Mial se sienta en el muro que separa la pista de aterrizaje de la zona de desembarque de los caballos que serán transportados vía aérea hacia Miami. Observa como la figura de Fúser se achica al alejarse hacia la enorme aeronave de cuyo verdadero tamaño, disminuido por la distancia, toma conciencia al compararla con la pequeña figura que resulta ahora su amigo. Este empieza a subir la rampa por donde algunos minutos antes han sido izados los caballos de carrera. A la mitad del trayecto gira la cabeza y agita su mano derecha a guisa de saludo.
Como respuesta al gesto, Mial da un salto y al mismo tiempo que desaparece su forzada indiferencia, mueve sus brazos, y a despecho de que la distancia apague su voz, se despide a grito destemplado:
-Chao, Fúser…; te espero, Pelao…; estudia mucho, Ernesto…, chao, chao…
Al ruido producido por el cierre de las escotillas sigue de inmediato el estruendo de los motores. Pocos minutos después el avión pasa por sobre la cabeza de Mial, quien en un gesto que su naturalidad denota ser una vieja costumbre, se deja caer sobre el césped que bordea el muro del aeropuerto de Maiquetía. Extrae de una maltrecha mochila un cuaderno cuidadosamente forrado en papel rojo, y recostándose en el muro 10 abre y comienza a leer.
Tomado de Alberto Granado: Con el Che por Sudamérica, Cada Editora Abril, 2001. p.11.
Alberto Granado Jiménez (Hernando, provincia de Córdoba, Argentina, 1922) se graduó como Farmacéutico (1946) y Bioquímico (1948) por la Universidad de Córdoba. Desde el año 1960 reside en Cuba, donde hizo el doctorado en Ciencias en el Centro de Investigaciones Científicas (1974). Fue fundador de la Escuela de Medicina de Santiago de Cuba y del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria. En la actualidad es asesor de la Cátedra Che Guevara de Santa Clara y de la Santiago de Cuba. También, de otras cátedras similares en Argentina y Venezuela. Es autor del libro Con el Che por Sudamérica, Casa Editora Abril, 2001.
Ernesto Che Guevara. Otra vez. Casa Editora Abril, La Habana, 2000, p.117.
No hay comentarios:
Publicar un comentario