Los Santos |
Sergio Camargo
Rebelión
Francisco Santos y Juan Manuel Santos, tienen muchas cosas en común, empezando por su parentesco, su apellido, su profesión y sus ideas.
Fachito, llamado
así por su alineamiento con la extrema derecha, fue vicepresidente en
el gobierno del narcopara Álvaro Uribe Vélez y en el cual se ocupo de
disculpar los crímenes de los militares y escuadrones de la muerte, de
atacar a las ONGs de derechos humanos y de condenar el narcotráfico,
siendo a la vez un adherente del narcoparamilitarismo colombiano.
Su hipocresía no le impidió atacar a ciertos actores y modelos por su
adicción a la cocaína (omitió a políticos del planeta), olvidando que él
mismo fumaba largos porros de marihuana, como el que se fumo junto a su
esposa María Victoria en Ámsterdam, cuando en 1997 le concedió una
entrevista a la periodista Petra Koning de la revista holandesa VRIJ,
para chillar por su suerte de ex secuestrado de los paras, como es su
cínica costumbre.
Fachito, quien jamás a derramado una sola
gota de sudor para ganarse el pan de cada día (nació y ha vivido con la
herencia de su familia y los negocios del diario el tiempo y sus
negociados) no tuvo ningún inconveniente y no hizo ningún esfuerzo para
reunirse con jefes del paramilitarismo, cuando fungía disque como
periodista, para pedirles, o mejor exigirles la urgente creación de un
escuadrón de la muerte en la capital de la república, Bogotá, para
cuidar los intereses de la oligarquía capitalina.
Este
escuadrón paramilitar fue creado con el apoyo de grandes personalidades
de la empresa, la política y las finanzas bogotanas, pero curiosamente
se sabe muy poco de sus criminales andanzas y del dinero del
narcotráfico que se lavo en grandes empresas y comercios de la capital.
Fachito tendrá que contarnos la verdad algún día.
Es por
estos motivos que no fue ninguna sorpresa para mí ver a Fachito en la
palestra pública hace un mes largo, pidiendo enfurecidamente toda la
represión del mundo contra el estudiantado colombiano que demanda
reivindicaciones justas, como una educación gratuita y de calidad. Este
energúmeno personaje mostró su real faceta, así, por orden y presión de
los de su clase, se haya disculpado por sus palabras en un momento de
enojo, según él, pero que solo reflejan la realidad de su estirpe y
convicción.
Y seamos honestos con nuestra realidad, ganas
no le faltan a la oligarquía colombiana de bombardear, desaparecer o
eliminar físicamente a los estudiantes por su osadía, así como lo hacen
con los campesinos e indígenas en las regiones apartadas del país. Pero
es que una cosa es eliminar campesinos desprotegidos y otra cosa
estudiantes de las principales capitales que no están tan solos ni
desprotegidos.
Por su parte el hoy presidente Juan Manuel
Santos, un poco más comprometido con el periodismo, aun cuando
empresarial, (existen dos clases de periodista: el que se dedica a hacer
dinero y el que se dedica a la información) decidió también devenir un
brillante político, después de sus reuniones con jefes criminales del
narcoparamilitarismo a quienes apoyo en sus “justas luchas” y los invito
a tomarse la capital de la republica.
Gracias, no tanto a su
talento o capacidad, sino a su apellido y status salto a la palestra de
los ungidos en política y fue nombrado ministro, pues un cargo mas bajo
hubiese sido un ultraje a su abolengo. Nombrado ministro decidió de una
vez y por todas renunciar al mundo de las letras (y los números en el
periodismo) para dedicarse a esa terrible pero a la vez honorífica labor
de devenir mártir, es decir, un servidor de la patria, un servidor de
los colombianos. ¡Qué talentoso hombre!
Pero además de haber
acompañado al presidente Pastrana por medio mundo, cuando éste salió a
pedir limosnas para su ‘Plan Colombia’, (Plan Colombia que Pastrana
presentó como un Plan meramente social y no militar, pero que años
después confesaría al diario l Espectador que gracias a él, el ejército
se fortaleció militarmente) el ministro Santos en conjura con otros
potentados y narcoparas se oponían a los diálogos entre el gobierno y
los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional, mientras que
saboteaban los diálogos del Caguán entre las FARC y el gobierno de
Pastrana al cual él pertenecía en calidad de ministro. Santos hace parte
de esa inmensa franja de poder que no desea la paz ni sabe que es
dialogar.
Gracias a los esfuerzos de este traicionero
político y sus compinches, los diálogos con el ELN nunca se dieron y por
el contrario los ataques de las Fuerzas Armadas se intensificaron en el
norte del país, en donde se deberían llevar a cabo estos encuentros
entre los subversivos y el gobierno. Por su parte las negociaciones
entre gobierno y la guerrilla de las FARC al sur del país, sufrían los
embates de los amigos de la guerra. La mafia colombiana con el visto
bueno de los Estados Unidos, ya había comenzado su trabajo de hormiga
para llevar a la primera magistratura del Estado a uno de sus capos.
Estábamos a finales del siglo XX y principios del XXI.
El
talentoso Santos nunca acabará de sorprendernos, pues ocurre que uno de
sus más grandes amigos y compadre se llama Víctor Carranza Niño, apodado
candorosamente el zar de las esmeraldas por la gran prensa colombiana,
una de las prensas más libres del mundo. ¡Qué honor ser colombiano!
El amigazo del hoy presidente de una parte de los colombianos, no sólo
sobrevivió a otra de las horribles guerras que han azotado al país, la
‘Guerra Verde’, sino que con toda la barbarie que le caracteriza, logró
liquidar a sus más severos enemigos y apoderarse del negocio de las
esmeraldas (riqueza que pertenece a todos los colombianos) implantando a
la vez el terror en la región del departamento de Boyacá, donde se
encuentran las minas de esta piedra verde. No contento con esta proeza,
Carranza, el gran amigo del político Santos, se lanzó al lucrativo
negocio del narcoparamilitarismo, conformando escuadrones de la muerte
en varias regiones del país y aumentando su fortuna en varios miles de
millones de dólares, gracias al tráfico de cocaína y al robo de tierras a
campesinos desprotegidos.
Para rematar, pero sin terminar con
esta larga historia, ocurre que uno de los pocos honestos y valerosos
jueces que todavía existen en Colombia, ordenó la captura del ‘zar de
las esmeraldas’ y no por zar, sino por narcotráfico, paramilitarismo y
crímenes cometidos por su band,a en la cual aparece también su hermano
menor. El juez, con pruebas en la mano y a pesar de presiones y amenazas
,puso tras las rejas a estos criminales.
El problema, además
del peligro en el que incurría la vida del valeroso juez, consistió en
que tan pronto fue hecho prisionero Carranza, el hoy presidente Santos,
llamó a la una de la mañana a la residencia del entonces Fiscal General
de la Nación Alfonso Gómez Méndez, para pedirle o más bien exigirle su
pronta intervención para la liberación de su amigo Víctor Carranza,
honorable hombre de negocios. Corría el mes de febrero de 1999.
Aunque al parecer el Fiscal no accedió a tan monstruosa demanda,
tampoco denunció al político Santos por su deshonesta exigencia. Meses
después una jueza ligada a la mafia Marcela Fernández pondría en
libertad al criminal, su hermano y compinches, argumentando falta de
pruebas en el expediente que rebosaba de testimonios de familiares de
víctimas y ONGs como el Centro de Investigación y Educación Popular -
CINEP.
No es sorprendente pues, que el ex ministro de guerra
del narcotraficante nº 82, y hoy presidente de unos cuantos colombianos
se vanaglorie de la horrible matanza que efectúo su ejército en el
hermano país del Ecuador, atice la guerra y se jacte también de tener la
llave de la paz en Colombia (¿?)
Los Santos tienen muchas
cosas oscuras de su vida que aclararle al país y deberían abstenerse de
tildar a la subversión de bandidos o narcotraficantes, cuando en
realidad son ellos los sindicados entre muchos, muchos otros políticos y
periodistas.
NOTA : Es bastante
deprimente para todo un pueblo, para toda una nación el plegarse a los
designios de una banda mafiosa que a punta de cañones y bombas se erige
en los dueños del país y en los conductores del destino de cuarenta y
cinco millones de colombianos (as), de los cuales mas de la mitad viven
en condiciones inhumanas. La mayoría somos nosotros. ¿Por qué no actuar
en consecuencia?
(*) Sergio
Camargo es periodista y escritor, autor entre otros libros, de:
Democracia Real Universal y El Narcotraficante N° 82 Álvaro Uribe Vélez.
Ha sido director de la revista Universo Latino y autor de numerosos
artículos sobre la realidad latinoamericana y mundial.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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