martes, 25 de febrero de 2014

Gilberto Vieira y la paz democrática

Gilberto Viera, orador dialéctico y tribuno popular. Foto archivo.
Carlos A. Lozano Guillén

Gilberto Vieira White, figura emblemática del comunismo colombiano, es el más destacado revolucionario del siglo XX. Nació en Medellín en 1911. Su padre conservador, aunque tolerante según lo decía el propio Vieira, su madre liberal, emparentada con Rafael Uribe Uribe. Sin embargo, su adolescencia transcurrió en Manizales, para la época, ciudad pacata, conservadora y confesional.



En 1928, antes de la masacre de Las Bananeras en Ciénaga, Magdalena, Gilberto Vieira ingresó, siendo un joven estudiante de bachillerato, al Partido Socialista Revolucionario, antecedente del Partido Comunista de Colombia, fundado el 17 de julio de 1930. En este mismo año, Vieira es expulsado del Instituto Universitario de Manizales, porque en el Centro Literario “Ariel” se “atrevió” a dictar una conferencia en defensa del marxismo. Desde entonces su vida estuvo ligada al desarrollo creador del marxismo-leninismo en la realidad colombiana y a la práctica de la ideología revolucionaria.


Durante 40 años fue el Secretario General del Partido Comunista de Colombia. Desde 1991 pasó a llamarse Partido Comunista Colombiano, a propuesta de Gilberto Vieira, porque le daba más identidad a la colectividad, pues el “de” obedecía a la época de la Internacional Comunista en que los partidos eran secciones nacionales de la IC que agrupaba al movimiento comunista mundial bajo la orientación del partido soviético.


Gilberto Vieira, comentaba con frecuencia su compañera de toda la vida, Cecilia Quijano, fue perseguido en todas las épocas por los gobiernos de turno, tanto liberales como conservadores, sin excluir a la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, que ilegalizó al Partido Comunista en la Asamblea Constituyente de bolsillo. La última detención de casi tres meses fue en el gobierno del “Frente Nacional” de Carlos Lleras Restrepo, en 1967, cuando el mandatario de talante autoritario decidió “retener” a más de mil dirigentes y militantes comunistas en el país, para mantenerlos en prisión de manera ilegal, sin debido proceso y amenazados de confinarlos en alguna región apartada del país, para impedir su apoyo a las guerrillas colombianas. El autor de este artículo, siendo menor de edad y estudiante de bachillerato en el colegio San Simón de Ibagué, fue uno de los detenidos en la capital del Tolima, junto a veteranos comunistas como Pedro Villamarín y el abogado Alfonso Carvajal, entre otros.
En los cuarteles de invierno

Gilberto Vieira dejó por decisión propia la Secretaría General del Partido Comunista Colombiano, en 1991, aunque continuó vinculado al Comité Central y al Comité Ejecutivo. Falleció el 25 de febrero del año 2000. Recibió el reconocimiento nacional e internacional por su consecuencia revolucionaria, demostrada en su verbo dialéctico como tribuno popular y en el Congreso de la República en donde se desempeñó durante varios años como congresista de coaliciones de izquierda, de la Unión Patriótica y del Partido Comunista. Fue un fogoso orador, respetado por tirios y troyanos.

Los últimos años, afectado en la salud, los dedicó a escribir y a leer en su apartamento de Chapinero, a donde se trasteó de su vieja y cómoda casona de la calle 67 después de la muerte de Cecilia. Fue su cuartel de invierno pues por allí pasaban no solo los dirigentes comunistas, sino también personalidades políticas y del mundo cultural, amigos suyos, con quienes conversaba con frecuencia.


Lo visité en muchas ocasiones. Inclusive en búsqueda de consejos y orientaciones en momentos de dificultades en la militancia comunista y para comprender la complejidad del “momento político” como solía decirlo el camarada Vieira, en auténtica expresión leninista. Revisó uno de mis primeros libros: ¿Cómo hacer la paz? Reflexiones desde una posición de izquierda al que le hizo pocas observaciones. Una de ellas, la más importante, fue la imprecisión sobre la muerte del ex dirigente indígena Quintín Lame. “No fue asesinado. Murió en el sur del Tolima, dedicado como tinterillo a defender inclusive a latifundistas”, me dijo. Aunque reconoció que fue un líder auténtico en su mejor momento. “Su final fue lamentable y triste”, me anotó.


Con Gilberto Vieira habíamos estado, en 1987, en Moscú, en el 27 Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), cuando Mijail Gorbachov planteó la Perestroika.


Debo decir que si bien recibimos con entusiasmo el propósito declarado de reestructurar el socialismo y fortalecer la democracia soviética, no dejó el curtido dirigente comunista colombiano y participante como en 16 congresos de los comunistas de la patria de Lenin, de expresar inquietudes que fueron expuestas a Boris Yeltsin, a la sazón miembro del Buró Político del PCUS y primer secretario del Comité de Moscú, en una larga conversación que sostuvimos en el Palacio de los Sindicatos, antes de un mitin en que intervinieron Vieira y el propio Yeltsin.

La apertura democrática


El 13º Congreso del Partido Comunista de Colombia (aún era este el nombre) se reunió en 1980, en un momento muy especial del proceso político nacional, porque se agudizaban las contradicciones del régimen de la democracia restringida con las fuerzas progresistas y populares, incluyendo las organizaciones guerrilleras de intensa actividad en el país. Era evidente que el gobierno de Julio César Turbay Ayala, apoyado por el militarismo y bajo los rigores del estatuto de seguridad, entraba en un proceso de fascistización que amenazaba la legalidad de la izquierda y la vida de sus dirigentes y militantes. El deterioro de los derechos humanos era notable. Vieira presentó el Informe Central en que planteó la solución política del conflicto colombiano mediante un proceso de diálogo con las guerrillas que condujera a una real apertura democrática política y social. Fue la primera vez que se propuso la paz con democracia y justicia social al largo conflicto histórico y a la existencia de las guerrillas en Colombia.


Propuesta audaz y realista que asumió con decisión el Partido Comunista. La reacción de Turbay Ayala fue visceral. Respondió que era una estrategia del estalinismo para favorecer a la lucha armada. Desde las guerrillas, con la excepción de las FARC, las demás la rechazaron porque era una “propuesta de entrega y de claudicación”. Sin embargo, la historia le dio la razón a los comunistas colombianos, porque el tema de la posibilidad de la paz dialogada se impuso en el país como una necesidad histórica y humanista.


Al cabo de los años, el camarada Gilberto como siempre le dije con reverencia, poco antes de su muerte, en una de las tantas conversaciones que sostuvimos, me dijo que ese aporte del partido, nunca bien reconocido por el régimen y el conjunto de la izquierda, terminaría por consolidar la paz estable y duradera. Sin embargo, “no será fácil”, reconoció, porque la oligarquía se resistirá a los cambios de signo positivo en el país. Va a exigir la entrega de los insurgentes a cambio de unas dádivas efímeras. Lo repitió varias veces. Y no se equivocó, ha sido la constante y es lo que está impidiendo el buen ritmo de los diálogos de La Habana.

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