La paz de Colombia es la paz en Suramérica |
Esperanza suscita el anuncio de inicio de las “conversaciones exploratorias” en La Habana, entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano presidido por JUAN MANUEL SANTOS CALDERON. Habría que concretarlas también con el ELN y el EPL.
Estos acercamientos comprueban el fracaso del proyecto de derrota militar de las guerrillas ideado por el gobierno de los EUA, conocido como Plan Colombia. Más de diez años de una guerra de alta intensidad, con aparatos de última tecnología, asesorada por expertos y financiada al debe, dejan un saldo de graves violaciones de los derechos humanos de la población civil -que sigue resistiéndose organizada al capitalismo salvaje- y la baja de algunos altos mandos de la insurgencia, y sobre todo deja muy golpeado el incipiente estado de derecho.
Ni la propaganda, ni el enorme aparato armado, lograron la derrota que pretendía el poder industrial y militar del imperio y los sectores más violentos de la oligarquía criolla.
Es hora de un cese al fuego bilateral, pues el ruido de los bombardeos y los disparos y los gritos de las víctimas no dejan hablar, y es imperativo abordar y resolver los problemas estructurales que atizan la guerra colombiana.
Asuntos como la exclusión política de la izquierda transformadora, la inequitativa y violenta concentración de la propiedad de la tierra, la renta y los ingresos en pocas manos, el exterminio de los pueblos indígenas y de las comunidades negras para dar paso a proyectos de monocultivos y a las multinacionales mineras… y la impunidad, desde luego.
Para hablar de paz con justicia social -que es la única paz con posibilidades de ser estable- será necesario revisar el modelo económico y los derechos de propiedad, erigidos por los monopolios en algo intocable. Por ejemplo, es inaplazable una profunda reforma agraria, y eso sólo lo puede empujar con éxito el tejido de organizaciones sociales que, a pesar de la guerra sucia, aún tiene Colombia.
La paz de Colombia es la paz en Suramérica. Pero hay que ser realistas. Los “dueños del país” verán en la paz “otra posibilidad de negocio”, o no habrá paz.
Y ese es el dique que hay que romper con la movilización social, paralela a las conversaciones de la insurgencia con el gobierno.
Javier Orozco Peñaranda
Estos acercamientos comprueban el fracaso del proyecto de derrota militar de las guerrillas ideado por el gobierno de los EUA, conocido como Plan Colombia. Más de diez años de una guerra de alta intensidad, con aparatos de última tecnología, asesorada por expertos y financiada al debe, dejan un saldo de graves violaciones de los derechos humanos de la población civil -que sigue resistiéndose organizada al capitalismo salvaje- y la baja de algunos altos mandos de la insurgencia, y sobre todo deja muy golpeado el incipiente estado de derecho.
Ni la propaganda, ni el enorme aparato armado, lograron la derrota que pretendía el poder industrial y militar del imperio y los sectores más violentos de la oligarquía criolla.
Es hora de un cese al fuego bilateral, pues el ruido de los bombardeos y los disparos y los gritos de las víctimas no dejan hablar, y es imperativo abordar y resolver los problemas estructurales que atizan la guerra colombiana.
Asuntos como la exclusión política de la izquierda transformadora, la inequitativa y violenta concentración de la propiedad de la tierra, la renta y los ingresos en pocas manos, el exterminio de los pueblos indígenas y de las comunidades negras para dar paso a proyectos de monocultivos y a las multinacionales mineras… y la impunidad, desde luego.
Para hablar de paz con justicia social -que es la única paz con posibilidades de ser estable- será necesario revisar el modelo económico y los derechos de propiedad, erigidos por los monopolios en algo intocable. Por ejemplo, es inaplazable una profunda reforma agraria, y eso sólo lo puede empujar con éxito el tejido de organizaciones sociales que, a pesar de la guerra sucia, aún tiene Colombia.
La paz de Colombia es la paz en Suramérica. Pero hay que ser realistas. Los “dueños del país” verán en la paz “otra posibilidad de negocio”, o no habrá paz.
Y ese es el dique que hay que romper con la movilización social, paralela a las conversaciones de la insurgencia con el gobierno.
Javier Orozco Peñaranda
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