Reducir al máximo las hostilidades por parte de la fuerza pública y persistir en el cese unilateral de fuego decretado por las FARC-EP es una buena noticia para el país. No obstante el presidente Juan Manuel Santos, con su ambiguo discurso impone innecesarios tiempos a los diálogos.
De forma sorpresiva para unos, no tanto para otros, la delegación de las FARC-EP anunció el pasado 8 de julio la disposición del Estado Mayor Central de ordenar el cese unilateral de fuegos, a partir del 20 de julio próximo. “Recogiendo el espíritu del llamado de los garantes del proceso, Cuba y Noruega, y de los acompañantes del mismo, Venezuela y Chile, anunciamos nuestra disposición de ordenar un cese al fuego unilateral a partir del 20 de julio, por un mes”, dice el comunicado leído por Iván Márquez.
La decisión le da oxígeno a la Mesa de Diálogos en el peor momento de la crisis desde cuando el Gobierno Nacional forzó a la suspensión del cese unilateral de fuegos y reanudó los bombardeos aéreos. Es un nuevo gesto de voluntad de paz de las FARC-EP, ahora faltan los del presidente Juan Manuel Santos que no se ven por ninguna parte. La buena noticia, base para el posterior acuerdo para desescalar el conflicto, fue recibida con frialdad por el gobierno y con nuevas amenazas, porque según sus voceros el tiempo tiene límite y si la insurgencia no acoge sus condiciones le pondrá fin a los diálogos. “Volveremos a la guerra”, dijo Santos en la posesión de la nueva cúpula militar, según algunos integrada por troperos y especialistas en la guerra contrainsurgente.
Escrito este artículo, se conoció el nuevo acuerdo del pasado domingo 12 de julio, en que las FARC ratifican la decisión de tregua unilateral y el gobierno anuncia también que adoptará medidas para desescalar la confrontación armada. Podría ser la suspensión de bombardeos y otros operativos militares. Pero advirtió que si en cuatro meses no funcionan estos acuerdos, bajo la veeduría de la ONU y Uruguay, le pondrá fin a los diálogos. ¡Ultimátum! Siempre los ultimátums con tufo a chantaje que enrarecen el ambiente y generan desconfianza en la verdadera voluntad del Gobierno. En este sentido, este artículo, conocido el acuerdo del domingo pasado, para nada modifica la esencia del mismo.
El arte de la política
Según fuentes periodísticas, la actitud del Gobierno Nacional y el viraje hacia la guerra como prioridad obedece a que hace dos semanas la cúpula militar saliente visitó al presidente Santos y le propuso la ruptura de los diálogos. El mandatario, timorato, precipitó los cambios en la línea de mando, previstos para diciembre del presente año. Fortaleció la línea de guerra que no resuelve para nada la presión militar que ejercen sobre él.
Hace dos semanas, en la cresta de la ola de la aguda confrontación, era imposible pensar que las FARC-EP regresaran al cese de fuegos unilateral. La exigencia cantada era el cese bilateral de fuegos, imposible de concretar por los inamovibles del Gobierno, planteados por Humberto de la Calle Lombana en el célebre reportaje con Juan Gossaín: concentración en un lugar de toda la base guerrillera (“modelo Ralito”), propuesta del senador Álvaro Uribe Vélez, verificación confiable y dejación inmediata de las armas. Sobre las reformas políticas y sociales nada, mutismo total. Condiciones inaceptables para la contraparte, porque no están contempladas en el Acuerdo de La Habana que rige la Mesa de Diálogos.
El proceso político modificó la perspectiva. La petición de los países garantes y acompañantes, del Frente Amplio y del movimiento cívico y popular por la paz determinó que las FARC-EP anunciaran el cese unilateral de fuegos para salvar los diálogos y oxigenar la mesa, afectada y casi en liquidación por la terquedad guerrerista del Gobierno Nacional. Abrió la puerta para el acuerdo posterior del domingo pasado.
Es el arte de la política, como decía Vladimir Ilich Lenin. Lo que hoy no es, mañana puede ser, en el ejercicio dialéctico de los cambios políticos. Por ende la línea política no puede ser lineal e inflexible: cambia en el espiral de las contradicciones y del escenario político y social mismo. Claro, sin abandonar, en este caso, el objetivo fundamental del cese bilateral de fuegos. Lo explican en clave las FARC-EP en la declaración del pasado 8 de julio:
“Saludamos y hacemos nuestro, íntegramente, el llamamiento realizado en el día de ayer en La Habana por los países garantes y acompañantes de los diálogos de paz. Nos congratulamos de la expresa solicitud a las partes pidiendo el desescalamiento urgente del conflicto armado, restringir al máximo las acciones de todo tipo que causan víctimas y sufrimiento, e intensificar la implementación de medidas de construcción de confianza, incluyendo la adopción de un acuerdo de cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, y otro sobre los derechos de las víctimas”.
El origen de la crisis
El origen de la crisis estuvo en que el Gobierno no entendió, o lo hizo a su manera, la decisión de las FARC-EP de declarar la tregua unilateral indefinida. Para los militares fue un signo de debilidad de la guerrilla derrotada. En este sentido, quisieron aprovecharla para obtener ventaja militar, so pretexto de que no estaban comprometidos con el cese de fuegos. Se produjeron los hechos de Buenos Aires (Cauca) el 15 de abril del presente año, cuando un frente guerrillero atacó a la patrulla del Ejército que realizaba operaciones contrainsurgentes en la región. La reacción oficial fue exagerada por aquello de dialogar en medio del conflicto. Santos ordenó reanudar los bombardeos y colocó como prioridad la derrota militar de la insurgencia.
El Gobierno entendió desde su propia perspectiva los diálogos que se rigen por un acuerdo político firmado por las dos partes (Acuerdo Político para ponerle fin al conflicto y lograr una paz estable y duradera). Para Santos el preámbulo que le da contenido al acuerdo es pura retórica y por ende lo desconoce con frecuencia, además de acomodar la agenda a sus intereses para evadir las reformas políticas y sociales.
No es casual esa visión ligera, subjetiva y peligrosa de un acuerdo que se logró elaborar con pinzas y sobre la base del estricto consenso. Obedece a errores políticos gubernamentales sobre el carácter del conflicto (no es suficiente reconocerlo) y a una actitud arrogante del presidente Santos, que no acepta la incapacidad histórica del Estado colombiano, con total apoyo yanqui, para vencer a la guerrilla por la vía militar. Tampoco logró su derrota política.
Los errores de Santos
Esos errores, al menos los esenciales, son los siguientes: Dialogar en medio del conflicto, modalidad que es causa de las crisis que se han afrontado y obedece a que el gobierno sigue creyendo en la victoria militar (habla de paz en La Habana pero hace la guerra en Colombia); creer que está ante una guerrilla derrotada a la que puede humillar y doblegar de manera fácil; subestimar la causas políticas, sociales, económicas, históricas, éticas y culturales del conflicto, por eso las considera secundarias; mantener al margen a la ciudadanía por el secretismo de los diálogos; permitir la ambigüedad y las distintas posiciones en las filas gubernamentales, no hay cohesión sobre el tema en los altos funcionarios.
Estos errores han debilitado la mesa y le permiten al Gobierno un día hablar de paz y al otro de guerra, cambiando de camiseta con facilidad.
Para el Gobierno Nacional lo más importante es que la guerrilla deje las armas y haga la política sin ellas, como si la caricatura de democracia en Colombia así lo permitiera. Lo han dicho con claridad meridiana los jefes insurgentes: “Mientras exista el paramilitarismo será difícil que podamos actuar en la vida política nacional”. En la campaña para las elecciones de octubre próximo hay 140 candidatos de los partidos del establecimiento que tienen relaciones con el paramilitarismo, el narcotráfico y las mafias que se roban el Estado. ¿Qué garantías de participación pueden haber cuando no hay derechos ni seguridad de que se respetará la vida de los candidatos provenientes de las organizaciones guerrilleras y de la izquierda?
Para las FARC-EP la paz se puede dar con Santos y así lo desean, afirmación que de suyo le da temporalidad a la vigencia de los diálogos de paz. Aunque quedan temas gruesos que están en discusión como Justicia, dejación de armas y mecanismo de refrendación, para solo citar tres, sin contar los que permanecen en el refrigerador. El de justicia es difícil y está lejos el acuerdo mientras el Gobierno insista en la unilateralidad y no acepte la responsabilidad histórica del Estado. El movimiento social y popular debe respaldar los diálogos y reclamar la paz con democracia y justicia social, sin pensar en respaldar a Santos al que es necesario enjuiciar para que no le ponga conejo a los electores.
Semanario Voz
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