*Carlos A.
Lozano Guillén
Las
intervenciones de Humberto de la Calle Lombana y de ‘Iván Márquez’ en la
instalación de la Mesa de Diálogos, en Oslo, Noruega, el pasado jueves 18 de
octubre, plantearon las enormes diferencias y contradicciones políticas e
ideológicas entre las dos partes, que avizora la complejidad de los debates y
discusiones en La Habana, Cuba.
Era previsible,
pues se trata de partes antagónicas que no se reúnen para intercambiar elogios,
sino a discutir sus diferencias. ‘Iván Márquez’ representa a una guerrilla, que
por años ha buscado el poder por la vía de las armas, con un planteamiento
revolucionario de transformación avanzada de la sociedad. Mientras que Humberto
de la Calle Lombana es el portavoz de un Gobierno que considera inamovible el modelo
actual de acumulación de economía de libre mercado neoliberal, por cierto en
crisis en los países capitalistas más desarrollados del planeta. No hay razón,
entonces, a tanta protesta y para el
desespero y el pesimismo que fomentan los grandes medios de comunicación.
El discurso de las
FARC-EP no dista mucho del que plantea un partido político de izquierda o un
sindicato u organización popular contestataria en el marco de la precariedad de
la democracia. El establecimiento debería pensar hasta dónde está dispuesto a
llegar, si es que quiere la paz, en los cambios políticos, sociales y económicos
para erradicar las sempiternas causas del conflicto colombiano.
La agenda no
excluye la posibilidad que en desarrollo de sus puntos se tengan en cuenta los
graves problemas nacionales, como lo están exigiendo sectores sociales que son
excluidos del proceso de paz. No se trata de reformas maximalistas, pero sí de
acuerdos que fortalezcan la democracia y la justicia social. Son las causas del
conflicto; y la razón de ser de un nuevo pacto político y social para la paz
estable y duradera.
Al
establecimiento y al gran capital no le gustan los cambios progresistas y de
mayor equidad social; sienten fobia por las reformas democráticas porque ellas
amenazan su enorme poder político y económico. Quedó demostrado en los pasados
procesos de paz con las FARC y el ELN, todos frustrados, porque cuando era
inevitable abordar los temas de fondo buscaron con afán el pretexto para la
ruptura. En esta ocasión, como existe la agenda acordada y de entrada tiene que
abordarse, pretenden reducirla a la mínima expresión.
Con todo, el
inicio fue el destape de las posiciones, no hay porqué entrar en desespero, ambas
partes declararon la voluntad de paz. Es imprescindible la creatividad y la
audacia para allanar el camino a la solución política dialogada. Lo más importante
es buscar el silencio de los fusiles y ello dependerá de la profundidad de los
cambios. Ambas partes están en pie de igualdad y de condiciones. El Gobierno y
los grandes medios deben abandonar el cuento falaz de que la guerrilla está
derrotada y que golpeándola va a ser obligada a la rendición. Ese método
fracasó a lo largo de casi cinco décadas y solo sirvió para prolongar el
conflicto de manera indefinida. Sobra la advertencia de que el Gobierno no es
rehén del proceso con tufo a ultimátum. El balance periódico debe ser para
dinamizar el diálogo, pero no para acabarlo. El tiempo debe ser razonable, el
necesario para abordar una agenda que es de discusión y sobre la cual aun no
existe un solo acuerdo.
Mal ejemplo el
de los grandes medios de comunicación que salieron del aire cuando empezó la
rueda de prensa con los voceros de las FARC. Señal de intolerancia y de
infantil retaliación.
(*) Director del
semanario Voz
Texto completo del artículo publicado en
El Tiempo del domingo 21 de octubre, editado por razones de espacio
No hay comentarios:
Publicar un comentario