El Frente Amplio por la Paz y los sectores democráticos y amigos de la solución política del conflicto deben cerrar filas en defensa de los diálogos de La Habana y por el inicio de conversaciones con el Eln.
El presidente Juan Manuel Santos llegó con mal humor del viaje a Washington para festejar los 15 años del Plan Colombia, y el advenimiento de Paz Colombia, así bautizada por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como el anterior lo fue por el presidente Bill Clinton. Siempre la férula de la Casa Blanca.
El presidente Santos la emprendió contra el Eln, sin aclarar cuál es la causa de la demora para los diálogos con este grupo insurgente; y a las Farc las desafió, porque “el plebiscito va, gústeles o no les guste”, aunque el mecanismo de refrendación, sexto punto de la agenda, siempre ignorado por los voceros gubernamentales, todavía no se ha aprobado por las partes.
Pero el momento más difícil, quizás crítico, se dio en dos hechos sucesivos los días 18 y 19 de febrero. El jefe de la delegación del Gobierno, Humberto de la Calle Lombana, cumpliendo instrucciones del Presidente de la República, anunció que no se permitirán nuevos desplazamientos a territorio colombiano de miembros de la delegación guerrillera en función de campañas pedagógicas con sus camaradas combatientes, debido a que participaron en un acto político en el corregimiento Conejo, municipio de Fonseca (La Guajira), en el cual los insurgentes portaban armas. Y como colofón, al finalizar la semana, les notificó que si el 23 de marzo no se firman los acuerdos “los colombianos entenderán que las Farc no estaban preparadas para la paz”; es decir, en buen romance, un ultimátum.
En La Guajira no hubo ningún acto político, sino la explicación pedagógica del estado actual de los acuerdos de La Habana. Los guerrilleros que participaron estaban armados porque no se ha dado el acuerdo definitivo de la dejación de las armas y era la manera de proteger a sus comandantes. A lo único que están obligadas las Farc, por decisión propia, es al cese unilateral de fuegos, y lo han cumplido, como lo ha reconocido el Gobierno Nacional. Sobre la fecha acordada del 23 de marzo próximo para firmar la paz, todos quisiéramos que fuera así, pero se debe contemplar la eventualidad de correrla, de ser necesario
Las Farc han reconocido avances en temas como cese bilateral de fuegos y dejación de armas, pero se mantienen discrepancias sobre paramilitarismo, zonas de ubicación (no de concentración, nombre con tufillo nazi por aquello de los ‘campos de concentración’), magistrados de paz y mecanismos de refrendación, entre otros subtemas. Pero también –el Gobierno Nacional debe reconocerlo– faltan los temas pendientes en los puntos aprobados de forma parcial y que tienen que ver con reformas sociales y políticas.
No se sabe a qué acuerdos llegó el presidente Santos en sus conversaciones en Washington y, sobre todo, con los mandos militares que le creen más a la extrema derecha uribista que al Gobierno. No se puede pasar por alto que un componente de Paz Colombia es el gasto bélico para fortalecer a las Fuerzas Militares en el posacuerdo. Hay que reconocer el valor que tuvo para proponer e iniciar los diálogos con las Farc, pero también que ha estado mediatizado por la presión de los enemigos de la paz. Sin querer ser ave de mal agüero, son hechos similares a los anteriores procesos de paz, en que la oposición a las reformas democráticas condujo a la ruptura. El poder dominante cree es en la pax romana, en la paz de los sepulcros.
El Frente Amplio por la Paz y los sectores democráticos y amigos de la solución política del conflicto deben cerrar filas en defensa de los diálogos de La Habana y por el inicio de conversaciones con el Eln.
Carlos Lozano Guillén
* Director del semanario ‘Voz’
El Tiempo
No hay comentarios:
Publicar un comentario