En Colombia significa un gesto de apoyo al proceso en medio de dificultades. Oportuno cuando los promotores del “no” buscan el regreso al pasado y está demostrado que su campaña fue montada sobre la base de mentiras y artimañas.
Casi como tan sorpresiva como la victoria del “no” en el plebiscito del domingo 2 de octubre del presente año, fue la decisión del Comité del Nobel de Noruega de adjudicar el Premio Nobel de Paz 2016 al presidente Juan Manuel Santos Calderón “en reconocimiento a todos aquellos que se aferran por lograr la paz, la reconciliación y la justicia en Colombia”. Significó, sin duda, otro espaldarazo internacional al Acuerdo Final de La Habana, muy oportuno, en momentos de dificultades y de la crisis que desató el resultado adverso en el plebiscito.
En hechos precedentes, el Comité de Oslo adjudicó el Premio Nobel a las dos o más partes comprometidas en la solución pacífica de conflictos nacionales e internacionales.
Por ejemplo: En 1993 lo recibieron Frederik de Clerk de la minoría blanca sudafricana que promovió el acuerdo político para ponerle fin al apartheid y Nelson Mandela, líder de la resistencia de la mayoría negra y del Consejo Nacional Africano, que enfrentó la opresión británica; en 1994 les fue entregado a Shimon Peres y Yitzhak Rabín, dirigentes de Israel, y Yaser Arafat, cabeza visible de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP); y en 1998 fue adjudicado a John Hume, republicano de Irlanda de Norte, y David Trimble, unionista, aunque fue desestimado un representante de Ejército Republicano Irlandés (IRA).
En 1992 le fue concedido a Rigoberta Menchú, indígena de inobjetables cualidades, pero fue ignorada la Unión Nacional Revolucionaria Guatemalteca (UNRG), que hizo la guerra contra los opresores y accedió a la paz en medio de dificultades e injusticias.
Sin embargo, en esta ocasión, aunque habían sido candidatizados, además de Santos, Timoleón Jiménez, comandante de las FARC-EP, y un representante de las víctimas, el Comité se decidió, en forma exclusiva, por el mandatario colombiano. No obstante, más allá de la discriminación, los sectores democráticos y amigos de la paz recibieron bien la noticia. Es el reconocimiento a un pueblo que ha sufrido la tragedia de la guerra, que desea la paz que pretende impedir un grupo de fanáticos desesperados.
El Premio Nobel de Paz no siempre ha sido asignado con buen tino. En 2009 lo recibió Barack Obama “por promover el diálogo internacional”, cuando recién inició su gobierno y no había hecho nada constructivo en política exterior. Después adelantaría más de seis guerras de agresión contra otros países y provocaría aventuras belicistas en Medio Oriente.
En Colombia significa un gesto de apoyo al proceso en medio de dificultades. Oportuno cuando los promotores del “no” buscan el regreso al pasado y está demostrado que su campaña fue montada sobre la base de mentiras y artimañas.
carloslozanogui@outlook.es
Semanario Voz
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