El pasado 7 de agosto, fecha histórica de la Batalla de Boyacá que selló la primera independencia de la República de Colombia, en 1819, tomó juramento el presidente Juan Manuel Santos Calderón de su segunda administración, en un día gris y con lloviznas pasajeras, a cielo abierto en la Plaza de Bolívar de Bogotá.
Estaban presentes los miembros del Congreso de la República (senadores y representantes a la Cámara), un millar de invitados nacionales y los delegados de los países amigos, aunque con poca presencia de jefes de Estado y de Gobierno. Por ejemplo, el “gran amigo”, el gobierno de los Estados Unidos, estuvo representado por el embajador en Bogotá, al igual que la mayoría de los países europeos. De América Latina la presencia más significativa fue la de Rafael Correa del Ecuador.
No fue muy vistosa la ceremonia presidencial por el poco interés que hubo en el exterior y por la cantidad de lagartos que se cuelan en estos actos, aunque estaban presentes reconocidas personalidades políticas y sociales, incluyendo de la izquierda, empresarios y académicos. El centro de atención fue el renunciado rey de España Juan Carlos de Borbón, quien vino a despedirse de sus amigos aunque encontró a pocos porque no llegaron.
El ahora senador Álvaro Uribe Vélez, liderando a los congresistas del partido Centro Democrático, prefirió no asistir con su bancada, alegando vicios en la reelección de Santos y la presencia del “castrochavismo”. Uribe se cocina en su propia salsa de resentimientos y de odios a todos aquellos que no se someten a sus caprichos y a su férula extremoderechista y autoritaria. Se quedó solo con sus amanuenses, rumiando amarguras e insultos.
Las líneas del nuevo Gobierno
Tras el letargo que produjo la intervención de José David Name, presidente del Senado, sin conceptos inteligentes y añorando el Frente Nacional, intervino el presidente Juan Manuel Santos, quien minutos antes había prestado el juramento de rigor.
La intervención del mandatario tampoco fue interesante. Poco novedosa y sin programas o decisiones audaces que algunos medios de comunicación habían anunciado. Los objetivos de su segundo mandato serán paz, equidad y educación. Y sobre ellos habló en su larga intervención.
Sin embargo, sobre la paz no fue coherente y mucho menos convincente. Aunque resaltó los logros “en tres de los cinco puntos”, sigue negando el sexto que tiene que ver con la implementación de los acuerdos, decidió hacer la advertencia a las FARC-EP de que si continúan con las acciones militares se acabará la paciencia de los colombianos (habla por todos) y de la comunidad internacional a la que decidió meter en la colada.
Santos fue reelegido gracias a los votos de la izquierda y no para colocar ultimátums a la guerrilla. Fue el propio gobierno el que decidió dialogar en medio de la guerra, acariciando la idea de la derrota militar de la insurgencia. El presidente cuestiona las acciones de la guerrilla, pero silencia las de la Fuerza Pública que en varias regiones agrarias están causando desastres humanitarios y afectando a la población civil con bombardeos y operativos de tierra arrasada.
A la vez, en el discurso, recalca el criterio de la unilateralidad contrario al Acuerdo de La Habana. Las FARC tienen que darles la cara a las víctimas, no el Estado que es el principal predador de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario según lo muestran todas las estadísticas serias del conflicto.
Respuesta de Timochenko
Le respondió el comandante de las FARC-EP Timoléon Jiménez: “(…) Nosotros no llegamos a una mesa de diálogos porque estuviéramos vencidos o desencantados, sino porque siempre hemos creído en las vías civilizadas, porque creemos que pese a todo es posible alcanzar, con el apoyo de las grandes mayorías colombianas, unos acuerdos dignos que se funden, por una razón elemental, en la proscripción bilateral de la violencia.
“Rechazamos de plano, por ser contraria a la realidad histórica, la idea de que la clase dominante colombiana, sus partidos políticos tradicionales o sus mixturas de hoy, sus gobiernos, el Estado como tal, los grupos económicos, la gran prensa y muchos otros sectores a la sombra del poder, tienen las manos limpias de sangre del pueblo colombiano.(…)
“Hasta el punto de generar esta guerra de respuesta a sus atrocidades y a su impunidad. No nos sorprende por eso el manto de silencio con el que la gran prensa ha tratado los distintos foros sobre víctimas celebrados hasta la fecha. En todos ellos ha salido a relucir esa gran verdad. Los verdaderos autores y responsables por los horrores de este largo conflicto son ellos.
“Si decidieron ensayar la vía de los diálogos fue con el propósito de obtener en la Mesa de Conversaciones la victoria que les ha sido negada durante medio siglo en los campos de batalla. Para los sectores dominantes en nuestro país la salida política tiene sentido solo si garantiza su reinado absoluto por mil años más, sólo si condena al infierno a los alzados.(…)
“Pero estamos en esto. Convencidos de salir adelante, seguros de que tras un acuerdo de paz Colombia no seguirá siendo la misma. En eso precisamente nos diferenciamos de nuestros adversarios, ellos solo aspiran a sacarnos del medio para no cambiar nada, para que todo siga igual. Gruñen y amenazan en cuanto se les complica, pero ni modo, somos distintos a ellos”.
La demagogia santista
La paz democrática requiere de un mayor compromiso del Gobierno. Santos no ha sido capaz de cohesionar a sus altos funcionarios, incluyendo a los militares, alrededor de la paz, menos aun al establecimiento, pues la extrema derecha uribista conspira a diario. Las concesiones y la falta de compromiso real con los temas en debate pueden llevar al fracaso a este esfuerzo en el cual se avanzó tanto, como lo reconocen las dos partes y destacados analistas. La renuencia a remover las causas del conflicto es la principal causa de tantas frustraciones pasadas.
Equidad y educación son los otros dos grandes temas de la segunda administración, sustentados en que la economía va muy bien y esos “logros sociales” hacen previsible lograr la equidad y “ser el país más educado del continente”. Para el Gobierno, corrieron ríos de leche y miel en la primera administración Santos.
Pero la realidad es otra. Colombia no es el país que pintan los gobiernistas y está cada vez más lejos de serlo porque en el nuevo gabinete están representados los sectores plutocráticos que le administran el país al capital, a los grupos económicos y a las transnacionales.
El cuatrienio de Santos, para el economista Eduardo Sarmiento Palacio, no deja un saldo positivo para el pueblo y por ese camino es difícil cumplir las metas de progreso y equidad que prometió en la campaña reeleccionista. Solo despegaron dos locomotoras: la minería y la construcción, que sumado al abaratamiento de las importaciones, terminaron afectando a la industria y la agricultura.
“La revaluación ha llegado a niveles nunca imaginados. En conjunto con los TLC, deja totalmente desguarnecido al país”, dice Sarmiento Palacio. También sostiene que los costos de los productos industriales y agrícolas superan los precios internacionales.
“Los salarios crecen muy por debajo del ingreso per cápita ajustado a la capacidad de compra”, anota el economista. Para él la disminución de la pobreza obedece al cambio de metodología para medirla. Los niveles de desigualdad son de los más grandes del planeta. Es la realidad a la luz de los hechos concretos.
Sobre esta base parece poco realista el logro de equidad y educación. Son anuncios demagógicos que cada cuatro años se repiten en boca del mandatario de turno siempre al servicio de los intereses oligárquicos y del gran capital nacional y foráneo. Por esta razón la clase dominante le teme a los cambios políticos y sociales avanzados para allanar el camino a la paz. Lo comienza a mostrar Santos con la amenaza de patear la mesa.
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