Pablo Beltrán y el resto de integrantes de la delegación de Paz del ELN. |
La crisis en los diálogos de Quito. La ONU, países garantes,
académicos e intelectuales colombianos, la comunidad internacional,
personalidades y organizaciones del país, llaman a reanudar los diálogos
de paz y a prorrogar el cese bilateral de fuegos.
Carlos A. Lozano Guillén
@carloslozanogui
El exvicepresidente de la república, exembajador e historiador,
Gustavo Bell, sucesor de Juan Camilo Restrepo como jefe de la delegación
de paz del gobierno de Colombia en los diálogos con el ELN, no alcanzó a
iniciar sus funciones, porque al día siguiente de su llegada a la
capital ecuatoriana, fue convocado de urgencia en Bogotá por el
presidente Juan Manuel Santos, después del atentado de unidades del ELN
contra tres miembros de la fuerza pública en Arauca y la voladura de un
tramo del oleoducto petrolero en el departamento de Casanare. El
mandatario colombiano ordenó la suspensión del quinto ciclo de
conversaciones, cuyo inicio estaba previsto para el martes 9 de enero
pasado, y el inmediato regreso a la capital colombiana del jefe del
equipo negociador a fin de evaluar la situación y definir el futuro del
proceso con la guerrilla elena.
Bell había llegado en la tarde del lunes 8 de enero a la ciudad de
Quito, acompañado del resto de la delegación gubernamental. Estaba
optimista, lo declaró a los medios en Bogotá y así se lo comentó a sus
compañeros de misión. En la noche se reunió con Pablo Beltrán, jefe de
la delegación del ELN, intercambió opiniones con él y acordaron
postergar un día el comienzo del nuevo ciclo. Quedó, entonces, para el
miércoles 10 de enero.
Cese fue positivo
A pesar de las reservas en temas puntuales por ambas partes, una y
otra consideraron positivo el cese bilateral de fuegos y le apostaron a
su prórroga “con algunos ajustes”. Juan Camilo Restrepo, al finalizar el
cuarto ciclo, en diciembre del año pasado, declaró que el balance es
positivo en cuanto al histórico cese bilateral de fuegos y los primeros
adelantos de la participación de la sociedad. El ELN también valoró lo
avanzado y se comprometió a estudiar y analizar las condiciones para la
continuación del cese bilateral de fuegos, que rigió entre el primero de
octubre del año pasado y el 9 de enero del nuevo año.
Sin embargo, el país y el mundo se sorprendieron con el pronto
reinicio de los actos de guerra del ELN, así como con la reacción
gubernamental de suspender los diálogos pues era previsible que una vez
se venciera el tiempo fijado para el cese bilateral de fuegos, se
reanudara la confrontación en el entendido que el diálogo se da en medio
de la guerra. Con claridad y en tono amenazante el ministro de Defensa
Luis Carlos Villegas había dicho: “Si no hay prórroga del cese bilateral
la fuerza pública será implacable en la persecución del ELN”. También
lo advirtió el general Alberto José Mejía, comandante de las Fuerzas
Militares: “Si no se mantiene cese bilateral, la prioridad será atacar
al ELN”. Ambos pronunciamientos fueron en diciembre de 2017, cuando
voceros de las dos partes repetían y repetían acerca de la plena
disposición para prorrogar el acuerdo.
De inmediato los países garantes, la ONU y numerosas personalidades y
organizaciones colombianas, demandaron la inmediata reanudación de los
diálogos y la prórroga del cese bilateral de fuegos. Ambas partes han
dicho en medio de la crisis que están dispuestas a hablar sobre el
asunto, pero la orden del presidente Santos hasta la fecha es mantener
la suspensión de los diálogos y que el jefe de la delegación, Gustavo
Bell, se mantenga en Bogotá.
Decisión exagerada
Está claro, por supuesto, que no es una ruptura del proceso con el
ELN, pero si parece exagerada la decisión de Santos, porque no hubo
violación del cese de fuegos como quiera que los hechos se produjeron en
la madrugada del 9 de enero, hora en que había vencido el plazo
definido, y mientras no se produjera la prórroga podían ocurrir este
tipo de actos. Es la opinión de analistas de paz. Desde la extrema
derecha, como es su oficio, se clama por la ruptura de las
negociaciones.
Los gobernantes de la oligarquía no han aprendido la lección que les
dejó como legado uno de sus principales cuadros, el excanciller Augusto
Ramírez Ocampo, un hombre de paz, quien decía que las partes deben
sentarse en la mesa y solo levantarse de ella cuando haya un acuerdo, no
importa los actos horribles que ocurran. Precisamente, la negociación
es para ponerle punto final a la confrontación y a lo que ella implica
en su degradación.
La prórroga es deseable
En las páginas de VOZ se dijo varias veces durante los diálogos de La
Habana que el gobierno impone la modalidad de dialogar en medio del
conflicto y desestima los acuerdos humanitarios, celebra los golpes que
le propina la fuerza pública a los guerrilleros y la alegría cunde en
los cuarteles cuando estos ocurren, pero cuando el golpe lo reciben las
fuerzas del Estado la reacción es de inmensa rabia, de suspensiones y
amenazas de rompimiento, que desestabilizan la mesa y llena de
desconfianza a la contraparte. Este principio, orientado a garantizar el
éxito del proceso de paz, no implica el respaldo y la aceptación de los
trágicos y cruentos hechos de la guerra. Como decía Ramírez Ocampo, la
mesa debe mantenerse, pese a ellos, porque la paz le pone punto final a
la confrontación armada y a los hechos trágicos y detestables de la
guerra.
A estas alturas, la prórroga es indispensable, dicen los
especialistas en los temas de paz. La tensión es enorme en Quito y la
mesa no aguantará las alteraciones por los actos de la guerra. De
inmediato, opinan, deben reanudarse las negociaciones, abordando de
entrada la prórroga del cese bilateral de fuegos y luego continuar con
la agenda acordada.
Sin embargo, no será fácil pactar el nuevo cese bilateral de fuegos.
El gobierno pretende acompañarlo de acuerdos humanitarios pero
unilaterales y que obligan de manera exclusiva a la guerrilla. Mientras
que el ELN, como se recuerda, en diciembre pasado se retiró de la
comisión de verificación por el colapso del mecanismo tripartito,
integrado por el gobierno, el ELN, la ONU y la Iglesia. Según los
insurgentes el gobierno asumió posiciones intransigentes y de
imposiciones, desconociendo a las otras dos partes. Solo cinco de los
cuarenta casos entregados a la veeduría fueron evaluados. Para el ELN el
gobierno quiso cambiar el espíritu de lo pactado y renegociar lo ya
acordado.
A pesar de las diferencias, las dos partes están obligadas a
encontrar soluciones para prorrogar el acuerdo de cese bilateral de
fuegos si quieren salvar el proceso de paz. Si existe la suficiente
voluntad política en el Gobierno nacional y en el Ejército de Liberación
Nacional, las encontrarán. Será la única forma de allanar el camino de
la paz.
Semanario Voz
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